viernes, 31 de octubre de 2014

Políticos

       Mi sobrina critica que sea tan blando. Dice que busco palabras de doble sentido, irónicas, lo que equivale, según ella, a echarle sólo sacarina al café amargo. Con un cierto esfuerzo, como para compensar, afirma que no es que estén tan mal, pero sí que llegan como adormecidas, sin pasión, romas. Como le he ido tomando cierto cariño, he decidido hacer una prueba. Ya veremos la opinión del respetable.
        En éste de los políticos no voy a pasar por alto calificaciones del tipo de mamarrachos, payasos, cerdos, canelos, sinvergüenzas, pocilgueros. Como contraposición, situaré los de hombres de bien, dignos, esforzados, trabajadores, íntegros… o sea, los que Machado tenía como buenos en el buen sentido de la palabra.
        Dejo claro, pues, que desprecio a quienes desprecian, a los tenores huecos, a los pedantotes, a los chulos, a los barriobajeros, aprovechados, prepotentes y otras especies sub, de modo que se entenderá mejor, a tenor de la tesis de mi inquieta sobrina.
        Sin embargo, he de reconocer que, desde el Bachillerato Superior, he arrastrado un cierto complejo de inferioridad porque me fui por Letras, lo que equivalía a admitir que entendía menos que los de Ciencias. El paso del tiempo ha ido restañando cicatrices que, a mis años, apenas noto. Siempre queda algo, pero no mucho, apenas relevante.
        Ingenuo como soy, confío en quienes son y demuestran ser más listos que yo y me sacan de mis errores. Por ejemplo, muchos políticos que, aunque no estudian carrera propia ni se presentan a oposiciones, se les ve a las claras su agudeza. Por eso deciden y piensan por mí, por nosotros. Es verdad que hay, o había, una carrera que se llamaba Ciencias Políticas, pero no la estudiaban  porque ya se sabían el temario.
        Que no tengan estudios universitarios importa poco, ya que para ellos lo fundamental no es saber, sino tomar decisiones, hacer como que saben y pensar a lo grande, a lo estadista que dicen, no a estilo tropa. Yo me doblego: donde manda capitán no manda marinero, y lo que la Naturaleza no da Salamanca no lo presta.
        Pese a todo, mi torpe cabezonería me inclina a pensar que no todos son iguales, que hay diferencias, por la misma razón que los hombres y las mujeres también son distintos entre sí, y que unos piensan más en sí mismos y otros en los demás, que unos son más honrados que otros.
        Sólo los que votan a quienes mandan dicen que no merece la pena cambiar, que para qué te vas a molestar, que no hay más que ver la tele, que si no hacen más marranadas es porque no pueden, que ahí está lo de las tarjetas, los expedientes de regulación de empleo, los falsos cursillos. En resumen, que lo mejor es que nos quedemos en casa, cada uno con lo nuestro, que esto es así desde que el mundo es mundo y no lo cambia ni Dios.
       Para mí, esto de que todos somos iguales y que si no hacemos más barbaridades es porque no podemos, nada de nada. Yo no soy corrupto, ni mi hija tampoco. Mucha gente goza de mi confianza y yo de la suya. Otros caen en las antípodas y nunca entrarán en mi círculo, entre otras razones porque no me da la gana.
        Se me ocurren otras ideas, pero me las guardo para otro día, para cuando venga del psiquiatra de mirarme cómo va mi complejo. En tanto, iré tirando  de ésas expresiones contundentes que a ella tanto le gustan. Ahora bien, como salga mal, te quedas sin paga hasta San Blas. ¡Por éstas!                                


                       Juan Manuel Campo Vidondo
          






viernes, 17 de octubre de 2014

¿Podemos o no podemos?

        ¿Qué ha hecho Podemos? ¿Qué pecado han cometido? Se les acusa de populistas, de hacer soflamas, se les critica que una cosa es hablar y otra gobernar, se les pasa por los morros que no dominan los entresijos del poder, se les echa en cara que no están preparados ni son profesionales, que, encima, son demasiado jóvenes, que ya aprenderán… Se les dice todo lo que a cualquier esgarravispras se le ocurre.
        Podemos se ha atrevido a entrar en el Sancta Sanctorum de los partidos dominantes, no ha hecho caso a las recomendaciones de calma y paciencia, de que ya se arreglará, que se predican desde cualquier tribuna política. Se ha posicionado en las antípodas del PP, que siempre ha tomado la política, en especial el poder, como su derecho exclusivo, su cortijo particular, su solar patrio. Desconfía también del PSOE, que dice una cosa, promete una alternativa, y, luego, se pliega a la política que llama real. Tampoco tiene nada claro Podemos  que la izquierda no tenga más que una vía.
        Podemos se pone del lado de los desahuciados, de los violentados por la crisis, de los pobres, de los que nunca han sido nada, y les ofrece dignidad, honradez, claridad y transparencia. Se siente harto de un sistema que profundiza las desigualdades, que idolatra la tiranía del dinero. Le da asco la política de siempre, detesta la corrupción, cree en la democracia, en el individuo real y solidario. A cambio, recibe como respuesta que se peine bien y guarde las formas.
        Podemos recoge descontento, indignación, hartazgo de prepotencia y desigualdad. Se hace representante de los desposeídos, de los parias de  la tierra. Cree que la democracia se hace, se conquista, se trabaja, y lanza sus ideas entre los desencantados, los cabreados, los impotentes ante tanta canalla sin muestra de arrepentimiento. Lucha contra la resignación y reclama humanismo y razón. Huye de un futuro de competición egoísta, cruel, en el que la mentira y el engaño no puedan prosperar. Entona su canción de utopía posible para que sea entonada por los adversarios de la estafa.
        Los políticos al uso se reirían de ellos, o no les harían ni caso,  si no fuera porque reciben votos, muchos votos. Es lo único que ha hecho que los gobernantes y aspirantes a gobernantes cojan miedo, de modo que se ha hecho preciso descalificarlos, anatematizarlos, excomulgarlos con lo primero que se les ocurre. Por ejemplo, les dicen vendidos al oro venezolano en tanto que no acaban con los paraísos fiscales, las ingenierías financieras fraudulentas, la especulación codiciosa o acometen de una puta vez la reforma del sistema fiscal.
        Por mucho que al PP le pueda favorecer electoralmente, no perdonan el estilo; no se perdona a los advenedizos, no se perdona a quienes plantean los asuntos fuera del redil, no se perdona a quienes acusan a los que siempre han estado. Reivindican que la política es para los que saben, para los profesionales, no para la gente de la calle ni de la universidad. Los maestros a la escuela, a enseñar, que es lo suyo.
        Podemos, por mucho que se les ataque de extremistas, radicales, antisistema, amigos de etarras y otras lindezas, no deja de ser un movimiento de izquierda, al menos en parte. De modo que ojo a quienes se dicen de izquierdas: el PSOE debe demostrarlo en los tiempos que corren; IU que eche cuerda a mojo. Podemos puede que se estrelle en la política diaria o que el aterrizaje sea dificultoso. También puede que no.
        Pase lo que pase con su futuro, los simpatizantes y miembros  de Podemos deben tener claro que en los pueblos las políticas aterrizan a nivel de calle con menos transiciones y cortapisas que en los núcleos más grandes, que no se hace política nacional, sino local, que las propuestas y alternativas de actuación han de ser rastreadas, pensadas, atomizadas, trabajadas y seguidas durante mucho tiempo hasta que llegan a ver luz, si es que llegan; que no basta con el corazón y las ganas, sino que hay que incorporar tesón y coraje, que el contexto de actuación es muy concreto y no vale irse por los cerros de Úbeda.
        No está de más recordar que en los 88 kilómetros cuadrados de nuestra jurisdicción municipal de Peralta, UPeI no es el enemigo, no representa a la casta. Su trayectoria desde las primeras elecciones democráticas en 1979 lo avala. UPeI no necesita demostrar quién es, quiénes la conforman, a quiénes  representan y por quiénes trabajan. No se dan carnets ni patentes de corso a los afiliados y simpatizantes. Los elegidos responden ante el Consejo, ante la Asamblea y, finalmente, ante sus votantes y el resto del pueblo. Es un camino trazado desde hace muchos años y del que no va a salirse. No entiende la política de otra forma que como servicio público. Y tiende la mano a todo aquel que quiera sumarse a ese proyecto ético que no cambia legislatura tras legislatura, sin dobleces, sin máscaras.
        Como decía el poeta, arrieros somos y en el camino nos encontraremos.

                           Juan Manuel Campo Vidondo


sábado, 11 de octubre de 2014

Se habla del tiempo

        Todos los días suena la misma canción. Da igual que sea en el bar, en la tienda, en la carnicería, barriendo la escalera o en el estanco. Es indiferente que estemos en primavera, verano o cualquiera de las otras dos. Tema obligado.
        Se habla del tiempo, del meteorológico. Del que ha hecho, del que se barrunta para hoy, del que va a venir, de los años pasados, del futuro que nos espera. Se alarga en conversaciones que giran alrededor de que antes se pasaba más calor, o no; más frío, o menos; menos nevadas, o más; cuándo llovía, cuánto llovía y dónde llovía. Las canaleras se llenaban de calamocos y las orillas del río se helaban; la pertinaz sequía agostaba hasta los discursos. Cada cual, en virtud de su derecho a opinar, lanza su experiencia al oído del interlocutor, el cual atiende o no, asiente o disiente, mira para otro lado o aguanta a pie quieto.
        Se quiere tener razón o, por lo menos, que te la den, y, si uno dice que ha llovido mucho, el de al lado contestará que tiene que llover más, y el de más allá replicará que agua de cielo no quita riego. Quienes no hablan no es porque no quieran, sino por si acaso. Lo de la razón es un decir: cuenta más, mucho más, la voluntad de imponer. Lo de menos es que uno haya visto la Luna con halo y el Sol demasiado rojo. Lo que importa es que valga, que les valga; no se pide más, ni menos.
        Sin ir más lejos, el martes pasado un parroquiano se arrancó con que está revuelto el día. Tiempo le faltó al colega de café para contrariarlo con que lo justo para octubre. Del extremo de la barra salió un desde luego que nadie supo interpretar. El camarero los escuchaba y ponía cara como que no oía mientras parecía secar un vaso.
        Antes se confiaba en los del campo, sobre todo en los pastores, se les preguntaba por lo menos, lo que no quitaba para que otros se fiaran más de sus rodillas doloridas o de sus caderas renqueantes. Hasta había quien hinchaba las narices para absorber la cantidad de humedad, tal cual un higrómetro de los de ahora. No se hablaba de anticiclones, borrascas, perturbaciones, frentes, crestas, vaguadas o isobaras: no había. Ahora, poco a poco, se van fiando de los meteorólogos, casi a la fuerza, para no aparecer como incultos, pero no dejan de sonreírse con suficiencia cuando se equivocan, sobre todo, los de la tele.
       A todo hijo de vecino bien empadronado le gusta saber del tiempo, no opinar por opinar sino con fundamento, si bien, en el fondo, prefiere creer más que basarse en la ciencia, en esos principios físicos complicados, basados en la observación, en la paciencia, en la transmisión. A uno le parece que se debe un tanto a que no nos abandona la idea de predecir el futuro, ahondar en el destino, algo así como que el oráculo de Delfos sigue presente.
        Vuelven los presagios, las adivinaciones, los augures, las brujas. ¿O es que nunca se habían ido? Al fin y al cabo, de siempre ha sido más fácil creer que investigar y la civilización no ha pasado de ser una isla en medio de lunáticos que trataban de imponer sus creencias y voluntades.
        Mi sobrina, que es como es, tan suya, hace como que eso del tiempo le da igual, que ella tiene que estudiar haga bueno o malo. Pero a mí me parece que lo dice con la boca pequeña. Se le nota que no va por Ciencias.

                         Juan Manuel Campo Vidondo
                         11 de octubre de  2014  

         

sábado, 4 de octubre de 2014

¿Qué le harías, Montoro? ¿Qué le harías?

      

        ¿Les suena el nombre, verdad? Sí, hombre, el mismo, el ministro de Hacienda, el de los impuestos, el del IRPF y del IVA.
        Es ése que mira con cara de sabihondo y sonríe con suficiencia, como perdonando a quien le pregunta, como diciéndole que no se preocupe, que es joven o inexperto, que ya aprenderá, que no termina de aclararse, pero que él, con gusto, lo saca de su error.
        Es el que, tras esas gafas perspicaces, muestra una cara entre hurón y ardilla, de poca cosa, pero que ya, ya, negando que haya habido una amnistía fiscal, que lo que ha habido ha sido una regularización y, a continuación, añade que va a bajar los impuestos, por mucho que le contesten y le digan que los deja parecidos a como estaban.
        El que, cuando oye hablar de reforma fiscal progresiva, abre la boca de par en par y afirma que ya la hacen, y que, si no hubiera sido por la herencia recibida, le estaríamos haciendo un monumento, que en este celtibérico país somos unos desagradecidos y que no hay más que consultar los datos macroeconómicos para caer en cuenta que sus desvelos van dando frutos.
        Por si aún no han caído, es el mismo que ve impotente cómo la deuda pública crece y nos ahoga y va a dejarla como herencia, pero no lo dice porque ya lo sabemos todos. En el fondo, un buenazo que no tiene la culpa de nada, como cuando insinuaba desde la oposición que la crisis la arreglaba él a la pata coja. Ya lo han dejado ya…
        El mismo que un ciudadano se lo llevó hasta su lápida funeraria en noviembre del 2013, recordándolo in memorian: MONTORO. CABRON. AHORA VEN Y COBRA.
        Que se sepa, en la historia de este país no hay precedente de tal fijeza, digna de haberle dedicado la mitad de esta otra: QUERERTE FUE FACIL. OLVIDARTE IMPOSIBLE. Un corte de mangas en la puerta de la última morada la verdad es que se las trae. Más aún si se tiene en cuenta que el finado era simpatizante del mismo partido que el ministro, populares ambos.
        A lo que parece, el difunto sufrió el desencanto de los recortes y la subida del IVA cultural hasta el 21% que le perjudicaron directamente, ya que era promotor de conciertos y representante de grupos. Llego a montar una orquesta familiar recorriendo los pueblos de Castilla de verbena en verbena… El caso es que fue acumulando deudas con la Seguridad Social y la Diputación, hasta que se declaró insolvente en 2009 y una enfermedad lo fue minando.
        Espero que descanse en paz. No obstante, ya empieza a ser un tópico que Polvo somos y con Hacienda nos las veremos, por lo menos algunos, los de siempre, los de la nómina, los que no entendemos de ingenierías financieras ni tributarias.
        ¿De verdad crees, Montoro, que merecía la pena pasar a la posteridad llevándose al paisanaje con los pies por delante?


                                  Juan Manuel Campo Vidondo