jueves, 27 de noviembre de 2014

No podemos hacer más (ni menos)

        Y se ha quedado tan ancha. Esta Cospedal  dice lo que piensa, como su aristocrática correligionaria,, como hay que ser.
        Más o menos, ha declarado, para empezar con buen pie esta primera semana de noviembre, que han hecho todo lo que se puede, es decir, los suyos, los populares que se llaman. Ha añadido que ellos no pueden meter a la gente a la cárcel, pero cualquier ciudadano de a pie ha notado que no ha mencionado que sí pueden sacarlos, porque no queda bien. No es de recibo que un viejo amigo, un antiguo ministro o un ex presidente de autonomía siga durmiendo separado de la familia. Es que, además, no es estético y da que hablar.
        Esta actitud me parece normal, no están acostumbrados. No se trata ni de su papel ni de su mentalidad. De hecho, muchos de los notables y menos notables de entre los suyos comienzan a aburrirse de interpretar un papel que no les gusta. Lo suyo es mandar, sin crítica, sin oposición, con confianza, con estilo y carácter, que se note que el mando es como una segunda piel, o aun primera.
        Mientras tanto, el país de a pie no les hace ni caso porque sabe que desde la primera línea de la declaración, del discurso, del comunicado, de lo que sea, lo que dice es mentira, engaño, falsedad y trampa.
        Lo dicho no obsta para que sigan diseñando piruetas acrobáticas, del tipo que ha ejecutado la aristócrata, que quiere hacerse pasar, a sus años, con toda una trayectoria por detrás, como modelo de limpieza a lo Ariel entre sus filas, prietas o menos, y ha corregido a la secretaria general, que es más joven, menos ducha y, al parecer, mete más la pata.
        A la parroquia de bar que frecuento no termina de írseles la cara de pasmados ante tanto asalto impune a su dignidad. Se quejan, y con razón, de que les meten las proclamas contra su voluntad y a traición, aprovechando que andan en compañía del segundo o tercer vino o del que toque, con las defensas bajas. Los altoparlantes con imágenes no dejan de funcionar en ningún bar, que ya es delito, cuando en este país no anda casi nada en condiciones.
        Me pregunto si esos portavoces televisivos se acordarán de que la mentira sigue siendo pecado. Me decanto porque sí, pero les da igual. Y digo yo que no estaría de más que la Conferencia Episcopal o cada respectiva Parroquia les remitiera un breve recuerdo. Igual hasta salíamos todos ganando.




                    Juan Manuel Campo Vidondo

sábado, 22 de noviembre de 2014

¿Y el juez Elpidio?

        Los de a pie no entendemos muchos aspectos de esta vida por mucho que nos los expliquen, por lo menos yo.
        Leía el periódico del día cuando me vino a la cabeza, de sopetón y sin avisar, la cara del juez Elpidio con sus gafas de Mortadelo, el que intentaba juzgar a Blesa (el de las preferentes, el de las tarjetas de colores, el de…) y sus colegas lo inhabilitaron a no ejercer durante una porrada de años. Sentenciaron que había prevaricado, o sea, que había tomado una resolución a sabiendas de su injusticia, porque se adelantó y metió a D. Miguel en la cárcel, por prevención, por si acaso. Es lo que hubiéramos hecho los de a pie, pero, a lo que se ve, no estaba bien.
        Más de uno que toma café en el mismo bar que yo me preguntó si no sería porque molestaba, porque se metía donde no debía, porque no guardaba las formas tradicionales entre los miembros de la judicatura. Como no lo sabía, les contesté que no estaba seguro, pero que igual.
        Alguno me llegó a comentar que le habían contado de buena fuente que estaba de atar, que no tenía más que acordarme cuando aquel magistrado le insistía en que no podía hablar y él se empeñaba en que sí, y hablaba para demostrarlo, y que lo que pasaba era que no le dejaba porque el otro era el juez y él el acusado. Por lo que parece, esas alteraciones psíquicas no son tan anormales entre los jueces, que, al fin y al cabo, se pegan toda una vida decidiendo sobre la vida de los otros, y eso debe ser muy duro, desgasta lo suyo.
        Puede que sea así y que las leyes sean justas, pero lo cierto es que el de la Caja aún está libre a mitades de noviembre y el juez no tiene carrera a la que dedicarse. Puede que, al final, el de las tarjetas  dé con sus huesos en prisión. O no. Sin embargo, mi cabeza de a pie sigue sin entender qué ha pasado en todo ese asunto, es decir, en qué falló Elpidio. ¿Investigó más de la cuenta? ¿Hubo quién cogió miedo y tiró de amigos? ¿Se pasó de competencias? ¿Quiso iniciar una carrera cinematográfica? ¿Se la tenían jurada y aprovecharon?...
        Pocos se acuerdan de Elpidio, de su mirada inteligente e inquisidora. Ha perdido. Está solo. Nadie le ha ayudado. ¿Dónde para? ¿No será que los de a pie llano y los de tacón alto nos alegramos cuando se  patea o putea a un juez?



                             Juan Manuel Campo Vidondo







sábado, 15 de noviembre de 2014

¿Por qué no hay estallido social?

        Aún no acabo de explicarme a satisfacción cómo de esta crisis no ha surgido un estallido social en condiciones. Se cuentan por millones los desahuciados y los recortados, los empobrecidos y los  indignados, los  desarraigados y  desempleados. Sin embargo, semejantes focos de descontentos apenas han protagonizado algún que otro acoso a ciertos políticos y unas cuantas manifestaciones gordas. Poco más.
        Voy a lanzar unas cuantas hipótesis, más que otra cosa para que se me diga que son una bobada y que mejor me dedique a cazar gamusinos. No van en orden jerárquico, sino a vuelapluma, a lo descriptivo, a lo que le parece que ha visto, y no olvide el lector que quien escribe usa gafas porque no ve.
        Los de siempre enarbolan como bandera que a los  pobres se les da el pie y se toman la mano, o al revés que lo mismo da, pero se les pega fuerte y humillan, como en los toros. No pierden de vista que la historia les enseña que, desde que el mundo es mundo, los pueblos se han gobernado así, con el palo. Y que de esto es de lo que no han querido enterarse los demócratas. Así que lo de ahora es para que se vayan enterando de lo que vale un peine y que de bien nacido es ser agradecido.
        Ellos no creen en el pueblo ni en sus virtudes, sino en los hombres que saben mandar y obedecer, sobre todo en los primeros. Asisten con naturalidad al espectáculo de la voluntad impotente del llamado pueblo, que, quizás, es capaz de lanzarse a luchar en campo abierto, pero sin disciplina y sin jefes, cada uno para su sí, es decir, que está condenado al fracaso. Ven el teatro gratis y en palco, cada día más protegidos, más seguros de sí mismos.
        Saben que sobra egoísmo, desconfianza y todos los pecados capitales, que nunca se hará realidad eso de Todos, tenemos que ir todos. Saben que tienen miedo de perder lo que aún disfrutan y que aún pueden sufrir más, se les puede atornillar alguna vuelta por encima. No desconocen que, más allá de disciplinas, el pueblo es fiel a su sentimiento anarquista e individualista, y que no hay jefes capaces de realizar milagros: que no es lo mismo odio que coraje o tesón, que con el corazón no basta, que cada cual es muy dueño de sí mismo y otro como él no tiene por qué darle órdenes, porque para eso ya está él.
        Todo les demuestra que, mientras no pase de bares, poco hay que temer, que como guerrilleros no tenemos precio pero como ejército somos un desastre. En tanto siga dominando la idea de ¿Quién eres tú para mandarme? pueden dormir en paz y soñar con un mundo mejor.
        Al principio, al paisanaje, le pudo parecer la crisis una más, pasajera como las anteriores, y permitió pensar que en peores se había estado y tal como había venido se iría. Sin embargo, cuando los síntomas se agudizaron, nadie pudo llamarse a engaño o a no saber, y comenzaron a actuar el egoísmo, el miedo, la desconfianza y toda su parentela. Malo sería que antes no les tocara a otros.
        Al fin y al cabo, la ciudadanía tenía casa y coche, se alimentaba para mantener la salud y el tipo, se vestía a temporadas, los hijos estudiaban si querían o podían, si enfermaban los curaban a lo gratis, de cuando en cuando tomaban vacaciones… ¿Qué más necesidades debían cubrir?
        Cuando empezaron los recortes y todo lo demás, se hizo por sectores y cada uno lo vio cuando le tocó, intentó salvar lo suyo y se olvidó del resto:
-      Esos que se jodan, que ganan más que nosotros.
-      ¿Qué es eso de solidaridad, compañero? ¿Para qué sirve? ¿Se come?
-      Tú, calla, que vives como Dios.

        ¿No se dieron cuenta que solidaridad y unión eran la única línea roja que no se podía sobrepasar?
       
        No deja de ser verdad que en este país no existen localizaciones industriales importantes, sino bien separadas geográficamente, y que el porcentaje de obreros apenas representa un 15% del total. Cabe preguntarse que sector era el destinado a capitanear la resistencia. Cada uno lo ha intentado tímidamente cuando llamaba a su puerta, y no puede olvidarse que somos una península y unas islas que se dedican a los bares, a las tiendas, a los hoteles y a los talleres. Por si no fuera bastante, cada autonomía ha barrido para casa y hasta los sindicatos han planteado líneas diferentes y hasta opuestas. Tampoco el ritmo de las reformas se ha producido a la vez: primero, esto; luego, aquello; después, lo de más allá. Hoy le tocaba a la Sanidad, mañana a la Educación, pasado a las indemnizaciones por despidos, al otro al IVA cultural….
        No puede echarse en saco roto la política informativa del Gobierno, que ha hecho lo suyo distribuyendo palo y zanahoria. Un día recortes y reestructuraciones; a la semana, brotes verdes; a la siguiente, el FMI que advierte, y así. Para un televidente habitual no es fácil separar el polvo del grano, la paja de la esencia. No queda más remedio que descubrirse ante la sabia desinformación del Poder. Hay que estar al loro de la fibra ajena para meter trolas y combinarlas con gotas de verdad. Son como los médicos: saben que lo que cura es la dosis. Y también lo que mata.
        Quienes han podido han jugado a la disgregación y han ganado. De momento, quedan la resignación y un poco de mala hostia. Una vez más, ha renacido la España invertebrada, alimentada en una mentalidad burguesa sin espíritu emprendedor.
        En el fondo y en la forma, a lo que se aspira es a volver a la situación de antes. El obrero, el trabajador, se ha vuelto conservador, temeroso de perder lo que le vayan dejando. Se conforma con que no se rompa el mundo que conocía y que tampoco es que fuera tan malo. Peor, mucho peor, vivieron sus padres, y de cuenta de los jóvenes es que vivan mejor.
        Visto así, ¿de dónde surgirán las nuevas contradicciones?, ¿en qué resquicios del sistema se están engranando?, ¿son las contradicciones la esencia de la dinámica, del cambio?


                              Juan Manuel Campo Vidondo
                        







viernes, 7 de noviembre de 2014

¿Y si son 61 euros?

        Parece que el PSOE, en su enésimo ejercicio de regeneración, escaldado por los asuntos de los ERE,s, los falsos cursos de formación, el dinero no declarado de algún dirigente histórico, el escándalo de las tarjetas y vaya usted a saber si algo más, va a exigirse un código ético.
        En esos mandamientos morales se van a prohibir los regalos en efectivo o en especie, los favores y servicios cobrados, se renunciará a sobre sueldos, no se cobrará por asistencia a tertulias, dar conferencias o impartir clases esporádicas…, siempre que no se pase de 60 euros. Hasta ahí y no más.
        A lo que se ve, esta cantidad se estima módica, asumible, de andar por casa, políticamente correcta, suficiente para cualquier objeto digno de la estimación con que se desea complacer. Que se sepa, no ha trascendido por qué 60, y no 100, o 1000, o 10, o nada. Tampoco se sabe de contactos con las tiendas de Todo a cien.
        A uno, en su cotidiana torpeza, no le entra eso de que el código de conducta pueda medirse, aunque no niega ni por asomo de las excelencias del metro, reconocidas por todos, salvo por los británicos, que son como son, o sea, hijos de la pérfida Albión.
        Un servidor cree más bien que se trata de una cuestión de concepto y no de cantidad, para lo que se fundamenta, como tantas veces, en nuestro castizo refranero cuando afirma aquello de que Sólo el necio confunde valor y precio.
        Por si no queda claro, un ejemplo puede ilustrar. Resulta que una señora de altos vuelos no se cansaba de repetir a quien quisiera escucharla que no vendería su cuerpo por nada. Para probarla, un caballero entrado en años, feo y tripudo, le ofreció una suma considerable a cambio de que le otorgara sus favores. Ante semejante cifra, la señora respondió que se lo pensaría. El caballero, sonriente y ufano, le hizo ver que no le satisfacía hacerlo con una furcia, ramera, zorra, o como a bien tuviera considerarse y definirse. Indignada, protestó de semejante trato. Sin inmutarse, el caballero contestó que con las mujeres de esa clase sólo se negociaba el precio, tal y como ocurría en el caso que los ocupaba.
        ¿Código ético? ¿Regalos por favores políticos? ¿Cuantificaciones de la moral? ¿Adónde hemos llegado? Tantas campañas de tolerancia cero para tantas cosas y en ésta se nos plantea un número. ¿Acaso no puede plantearse el cero (0)? ¿Tanto chirría en los goznes de lo políticamente correcto? ¿Tan acostumbrados andamos a la compra y venta?
        Pese a todo, para que no queden dudas, no me siento ningún moralista. Si alguien quiere algo de mí, que vaya aflojando la cartera, que mi trabajo me cuesta. ¡Y sin recibís!


                                Juan Manuel Campo Vidondo