lunes, 29 de diciembre de 2014

No me cuadra, presidente.

             No me cuadra, presidente

        Hace pocos días me encontré por casualidad con una vieja amiga a la que hacía años le había perdido la pista. Después del reconocimiento inicial y la sorpresa mutua, intenté hilar conversación con esas frases que nos salen como de encargo.
-      ¿Qué tal te va? – fue casi la primera.
-      Pues ya ves, no me puedo quejar. Aún vivo, que no es poco – me respondió.
       Mi cabeza se fue a lo de la salud, porque, según mis cálculos, se acercaba ya a los sesenta y son años como para que pase de todo. Me adivinó el pensamiento y me dijo que no, que no iba por ahí, que aún se encontraba casi intacta, y, la verdad, es que presentaba un buen ver digno de segunda consideración.
        Sin prisas, se puso a contarme que trabajaba a media jornada por una reestructuración laboral de su empresa y le pagaban unos 400 euros. Lo justo para sobrevivir. Se había separado hacía años, pero no era eso lo malo, sino que en el piso de siempre comían, cenaban, gastaban luz, se duchaban, encendían la calefacción y afrontaban el resto de necesidades que vienen aparejadas con la vida, ella y dos hijas, una con novio y la otra sin pareja.
        A esas alturas del monólogo, yo no sabía si continuar la charla de pie o invitarla a café con leche, a comer, o a acompañarla a El Corte Inglés. Sonrió, dándose cuenta de mi azoramiento, mientras me comentaba que le habían ofrecido trabajar una hora y media más al día, sábados incluidos, o sea, treinta y seis mensuales, por unos doscientos euros. Con eso y algún que otro  trabajillo ocasional de las hijas podían ir tirando, mal que bien o bien que mal, a gustos.
        Me puse a echar cuentas y me perdí, me avergoncé de mi mismo, juré y perjuré contra los corruptos y contra quien me dio la gana, me acordé de los teóricos del neoliberalismo económico y de parte de sus familias, y comencé a sentir acidez de estómago. También me acordé del presidente y de su gobierno. Para contrarrestarlo, pensé que al menos podía pasarse por el sistema sanitario de la Seguridad Social y me consolé por hacer algo.
        También me vinieron a las mientes las declaraciones de aquella empresaria, que venía a decir que prefería mujeres por encima de cuarenta y cinco años y menos de veinticinco para  trabajar en su fábrica. Entraba en el segmento, así que se le podía mandar una carta y, si colaba, colaba. De paso, se podía apuntar el tanto de una mujer menos en las listas del paro y de que ella cumplía con lo que declaraba. Se lo dije a mi amiga, pero no me hizo mucho caso.
        Aún me contó más cosas, pero ésas no las digo porque no vienen a cuento. El caso es que se me amargó el día y me fui a pasear para cansarme y no ver a nadie, incluido a mí mismo. Por mucho que lo intenté, no me olvidaba del discurso de Navidad del presidente, del que él mismo había dicho que no era triunfalista sino realista. A cada paso, le daba vueltas y llegaba a la misma conclusión: No me cuadra, presidente.



                              Juan Manuel Campo Vidondo
      

           



domingo, 21 de diciembre de 2014

Más ingredientes para cocinar el asco

        Es posible que se les hayan terminado los ingredientes para seguir cocinando aquel plato de asco con el que nos deleitaba Sánchez-Ostiz. Puede que algunos no fueran de su agrado, por demasiado picantes, ácidos, amargos, salados o cualquier otro sabor. Por si quieren probar otra vez, aquí les dejo unos cuantos. Ya saben que no es necesario utilizar todos, porque la ingesta, y no digamos la digestión, pueden convertirse en una mezcla explosiva. El orden tampoco importa: no pasa de ser un mero indicativo.
        1.- A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo… Vuelven las canciones y los versos de nuestros veinte años porque son los herederos del franquismo quienes detentan el poder y nos someten. Con ellos regresa un tiempo ominoso de abusos, de abuso, de represión.
        2.- El capitalismo, representado por la clase que gobierna, no está en peligro; la democracia, sí.
        3.- Estamos aquí para pagar por todo.
        4.- El próximo objetivo es quebrar los movimientos de solidaridad elemental del ciudadano que asiste a cómo otro ciudadano es abusado, maltratado y tratado como una mierda.
        5.- Insultar a unos ciudadanos elogiando a otros es un rasgo de la marca España, un estilo.
        6.- Dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Es un insulto renovado; el ¡que se jodan! Es su divisa.
        7.- El miedo, su raíz, estriba en que por mucho que intentes imaginar cuál va a ser el próximo empujón, no lo consigues. La capacidad de sorprenderte de quienes detentan el poder supera en mucho a la tuya.
        8.- La derecha reclama para sí un margen de libertad de expresión que no concederá jamás a sus adversarios políticos, a sus enemigos. La cohesión de nuestra convivencia es por la fuerza y el miedo.
        9.- La desigualdad se lleva por delante la convivencia.
        10.- País seguro el nuestro donde el olvido es un deporte nacional. Somos expertos en pasar páginas y en mirar para otra parte.
        Con estos ingredientes repescados de la cocina tradicional y de la moderna, estamos otra vez en condiciones de darle nuevos sabores al plato básico. Podemos darle las vueltas que nos apetezca, cocinarlo a fuego lento o a toda potencia, consumir en frío o bien calentito, al horno o frito, solos o en compañía. Es decir, a nuestro gusto, forma, manera y condición, que para eso somos quienes somos, y a mucha honra.
        Cuando ya nos dispongamos a degustarlo, es más que conveniente apartar de nuestras cabezas ideas tales como que ellos mandan porque tú obedeces y, ni por asomo, dejar que aflore aquello de que cuando tengan la ligera sospecha de que no nos pueden controlar, meterán bala y tirarán a matar.
        ¡Que aproveche! ¡Que nos aproveche!



                        Juan Manuel Campo Vidondo







domingo, 14 de diciembre de 2014

El asco indecible

        Desconozco la tirada de este libro, El asco indecible, (Miguel Sánchez-Ostiz), publicado en 2013, pero no habrán sido muchos ejemplares y, menos aún, quienes lo hayan leído. Sin embargo, desde mi más que limitado punto de vista, debería ser objeto de comentario de textos en los institutos de secundaria, por lo menos en los públicos.
        Sus páginas son lecciones de historia comprimida en frases que definen este comienzo del siglo XXI, sentimientos que arrancan desde lo más íntimo y planean sobre la cruda realidad que se vive, difícil de comprender en el futuro. Los arqueólogos se extrañarán que sociedades así fueran posibles. Pero eran, ya lo creo.
        El asco indecible equivale a repulsión, cansancio, aburrimiento, pena indefinible, repugnancia insoportable. ¿Quién dijo que la evolución humana tenía sentido? Este desgraciado siglo nos demuestra lo contrario: no lo tiene, y, caso de que así sea, no es el que se esperaba. Unos ejemplos:
        1.- Yo hablo, tú escuchas, al final  me aplaudes, luego acatas y, sobre todo, me desapareces de escena, ¿eh, estamos, chato?... ¿O prefieres que llame a los antidisturbios?
        2.- Los españoles son ratas de laboratorio: a ver cuánto castigo toleran sin rebelarse. Nos falta cohesión frente al enemigo común.
        3.- Las democracias europeas han descubierto que la democracia no era necesaria, pero sí el estado policíaco sin el que no se sostendrían la banca ni las tramas financieras. Estamos aquí para pagar por todo.
        4.- De la misma manera que hay una salud para ricos y otra para pobres, hay una justicia idem. Es del dominio público. No necesita pruebas. Si se requieren, no hay sino presentar las tasas judiciales de Gallardón.
        5.- El verdadero problema es un estilo de vida y de hacer política sin otro objetivo que entender la cosa pública como negocio privado. Insultar a unos ciudadanos elogiando a otros es un rasgo de la marca España, un estilo.
        Estas frases son un muestrario, cuentas de un rosario de misterios dolorosos, una manita de las del fútbol, un anticipo de la paga mensual. Deben entenderse como aperitivo para abrir boca, estimular los ácidos y sentarse dispuesto a comerse lo que le pongan, sin reparos.
         Es lo que se encontrará en las páginas del libro, que, de buen o mal sabor, ácidas o amargas, le hablarán de autoritarismo, represión, rebelión, servicio, peligro, solidaridad, abusos, maltratos, muerte, desigualdad, indignación, furia, insultos, pobreza, miedo, esclavitud, libertad, fuerza, olvido, memoria, degradación, arrogancia, cohesión, convivencia, privilegio, ruptura, competición, mando, obediencia, sospecha, control, indiferencia…
        Cada uno es muy libre, si tiene tiempo y ganas, de cocinarlas a su forma y manera, a su gusto, con su toque personal, con perejil o sin él. Haga el plato como se le antoje y sepa, pero no olvide que sólo incorporará matices porque los ingredientes se los venden en la tienda, le guste o no, y la comida en solitario, a lo individual, es fría, aburrida, sin gracia.

                             Juan Manuel Campo Vidondo



sábado, 6 de diciembre de 2014

¿Qué queda de los indignados?

        ¿Se acuerdan, verdad? Tampoco fue hace tanto tiempo. Eran aquellas personas que se reunían en las plazas más importantes de las ciudades y hacían asambleas, discutían y hasta llegaban a conclusiones acerca de todo tipo de problemas públicos.
        Parecían personas muy sensibles a las ofensas, los desprecios, las humillaciones y las faltas de consideración que el sistema les propinaba. Daban toda la pinta de que su actitud no les permitía tolerar tales desmanes, que se merecían una respetabilidad y estimación que se les negaba. Reivindicaban algo así como sin lujo pero sin miseria, es decir, decente y decoroso.
        ¿Quién no se acuerda de frases como éstas?:
-      Democracia, me gustas porque estás como ausente.
-      No falta dinero. Sobran ladrones.
-      No es una crisis, es una estafa.
-      No somos antisistema, el sistema es anti nosotros.
-      Manos arriba, esto es un contrato
        ¿Ya no se juntan? ¿Han dejado de hablarse? ¿Se han metido en Podemos, en partidos de izquierda, en sindicatos, en movimientos ciudadanos, en ONG? ¿Han encontrado trabajo digno? ¿Se han cansado y se han ido a sus casas? ¿Se los ha tragado la indiferencia?
        Igual es que no queda nada. Igual es que sólo queda lo que quiero creer que queda. Sin embargo, me resisto a dejar de pensar que los indignados simbolizaban los aires de liberación y lucha por construir una democracia como práctica plural de control y ejercicio del poder. Trataban de estructurar las acciones en una sociedad que había convertido a los ciudadanos en meros consumidores. Creían que el neoliberalismo despolitizaba, potenciaba al idiota social preocupado sólo de sí mismo y que menosprecia la participación en lo público, que lo anclaba en la indiferencia ante los recortes, la privatización y la pérdida de derechos.
        Estaban convencidos de que el mercado se había adueñado de la política, que los problemas de la ciudadanía se resumían en operaciones de coste-beneficio, que los consumidores eran los soberanos y exigían ser complacidos.
        En consecuencia, si no se rescataba la política de los mercados, se estaba perdido. Ése era el campo de batalla, porque la política con mayúsculas era la destinada a solucionar los problemas cotidianos, apegada a la vida de los pueblos, la que no se regía por el marketing electoral.
        Se trataba, pues, de salvar a la política y devolverle su identidad de acción social colectiva tendente al bien común, con los ciudadanos como protagonistas.
        Todo lo dicho estaba entonces, y no veo que haya cambiado gran cosa. El movimiento emocional ahí sigue, bebiendo de las mismas fuentes. Razón y emoción deberán aliarse para responder una de las grandes preguntas pendientes: ¿Se está dispuesto a sacrificar el gobierno democrático por el económico, o al revés?
        Miguel Sánchez-Ostiz lo tiene bien claro en su asco indecible. ¡Va por usted, maestro!


                            Juan Manuel Campo Vidondo