martes, 31 de marzo de 2015

¿Quién sería?

Uno de esos escasos días de calor que en este verano pasado han sido, decidí, un tanto a la ligera, darme una vuelta a eso del mediodía por el canal del Arga. Creí que los árboles darían sombra y suavizarían la temperatura, pero me equivoqué. La calorina era de justicia.
        Iba pensando en mi imprudencia, al tiempo que calculaba dónde me volvería para casa o para el bar, cuando sentí que una bicicleta se acercaba por la espalda. Me aparté a un lado, por si acaso, pero no hizo falta. A mi derecha apareció un hombre pedaleando lo justo para que la bicicleta de posguerra  no se parara.
        Una colilla de puro peleón pegada a los labios, sin humo, destacaba en una cara sana, bronceada a lo agrario. Vestía con corrección de escasos medios económicos y aparentaba unos setenta y pico años. El bochorno no parecía afectarle o lo disimulaba muy bien. Saludó sin detenerse, poniéndose a mi par, con respeto, hasta con una leve inclinación de cabeza, y me interpeló:
-      ¿Voy bien para Funes?
-      Todo derecho. No tiene pierde – respondí.
-      ¿Está seguro? – insistió.
-      Desde luego. No puede equivocarse – le reiteré.
        Aceleró un poco, no mucho, saludó con el brazo levantado sin mirarme y se fue perdiendo camino adelante. El tabaco no parecía afectarle ni a la educación ni a la salud. Me pregunté qué comería y si sería políticamente correcto. Al minuto, esta última la deseché por estúpida.
        Volví a verlo hace pocos días. Pese a la muda, lo reconocí al instante. En esta ocasión venía de frente y tampoco se paró. Sonrió muy ligeramente y saludó despegando una mano del manillar. Volví a hacerme preguntas tales como si se molestaría en ir a votar en las elecciones que se avecinan. ¿Usted qué cree, querido lector?

                            
                         Juan Manuel Campo Vidondo

                        












miércoles, 25 de marzo de 2015

La marca España

A finales de este verano, leí en un periódico regional que el cuarenta por ciento de la riqueza económica de este país llamado España se basaba en cuatro actividades: bares, tiendas, talleres y hoteles. ¿Esto es, pues, lo que nos caracteriza? ¿La marca España?
        En sustancia, viene a decirse que los bares resultan porque en ellos se desarrollan actividades placenteras como beber y  hablar; en las tiendas se puede satisfacer esa ansiedad inoculada desde pequeños que se cura comprando casi todo lo que nos permite el bolsillo, aunque no haga falta porque ya se tiene; en los talleres se reparan y ponen a punto nuestros instrumentos de transporte y ocio, lo que nos permite gozar de nuestro tiempo sin depender de los demás, que no es plan; en los hoteles nos tomamos nuestras más que merecidas vacaciones, trabajemos o no.
        Las cuatro presentan el común denominador de que  disponen de paisanaje que nos sirve, que están a nuestra disposición si podemos pagarlo, que nos atienden con amabilidad y cortesía, como nos merecemos. Que no hagamos nada productivo porque creemos que ya hemos contribuido a la generación de riqueza es otro problema. Que tan solo un quince por ciento se dedique a los trabajos industriales, a los que suponen incremento de valor, es harina de otro costal
        Imagino que esos servidores nos miran con otra cara. Ellos sí están trabajando y, claro, se cansan porque es lo que tiene el trabajo. Y seguro que se hastían de nuestras órdenes y exigencias, de nuestra impertinencia y mala educación, pensando con razón que no todo es tener dinero para pagar:
-      ¡Camarera, la cama está mal hecha!
-      ¿No tienes otra cosa de camisas? Es que éstas son un poco tiernas.
-      A ver, tú, pon una tónica con ginebra bien tirada.

        Muchas horas, poco sueldo... ¡Qué se le va a hacer! Pintan bastos. Seguro que a los dueños les pinta otro palo, pero a callar, que en boca cerrada no entran moscas.
                                


                         Juan Manuel Campo Vidondo
                   





lunes, 16 de marzo de 2015

¡No queremos todos más que ganar!

Acababa de echar la siesta y, después de tomar un café, me dedicaba a pasear un rato por las calles del pueblo. Desde el club de jubilados, salió una mujer mayor, cruzó la carretera con calma, y, ya en la acera, una silleta de minusválido, sujeta con una cadena de acero a un árbol, estrechaba el paso, lo que nos obligó a una aproximación mutua. Levantó la vista y soltó:

-      ¡No queremos todos más que ganar!

        El tono no era de cabreo ni mala leche, sino más bien de resignado asentimiento, como que no se trataba de la primera vez. Sin grandes esfuerzos, deduje que había jugado a las cartas, había perdido, se había enfadado con alguna, o varias, de sus convecinas de partida y se había marchado para no liarla más.
        Para salir de dudas, entré en el club. A mi izquierda, unas cuantas señoras echaban una partida a cara de perro. Me senté en una mesa cercana y cogí un periódico para dar a entender que iba a leer y no a aldraguear. Por si acaso, saludé:
-      ¡Buenas tardes!
        Sin dejar de jugar, hablaban entre ellas como quien no quiere la cosa:
-      ¡Habrase visto! – decía una.
-      ¡Pues no se ha ido poco flamenca! – continuaba la de al lado.
-      ¡La culpa la tenemos nosotras, por dejarla! – sentenciaba una flaca de gafas.
-      ¿Y quién se lo va a decir? ¿Tú, o qué? – respondía otra sin perder lance.
-      ¡Joder, joder! ¡A sus años! ¡Parece hasta mentira! – concluía una que no bajaba de los setenta y pico.
-      ¡Hala! ¡A lo que estamos! – finiquitó la primera, a la que no le paraban de temblar las manos.
-      ¡Te toca dar, Juanita! – ordenó la que aparentaba más años.
        En resumen, que no me enteré de nada. Aunque hubiera estado toda la tarde, me convencí de que no habrían soltado prenda. No dejaba de ser un extraño y sentían mi presencia como la de un intruso. Además, no me apetecía invitarlas, así que plegué el diario, lo dejé en la barra y me marché, no sin volver a desearles buenas tardes. Ya me enteraría de otra forma. Seguro que por un café con leche o un vino alguien me lo contaría.
        Intenté establecer paralelismos con la situación política, con lo de ganar y perder, pero me pareció arriesgado, así que lo dejé estar. También se me ocurrió preguntarles quién iba a ganar en las municipales que se presentaban, pero, por si acaso, no me arriesgué porque me pareció que entre ellas había de todo y, con un poco de mala suerte, la terminaría pagando yo, y no era plan. Quizás en otro momento…



                            Juan Manuel Campo Vidondo





sábado, 7 de marzo de 2015

Nos vemos, tío.

        ¿Pasa, tronco?:

        Si te mola, estás aburrido o de bajón, puedes venirte a una reunión que hemos montado para los colegas de siempre y pasarnos un rato guay. Hablaremos del gobierno y de las putadas que nos hacen y trataremos de convencer a algunos para que hablen por nosotros en el Ayuntamiento.
        Tenemos que echar a esos de upeene y a los del pesoe, que total son como primos, y poner a nuestros amiguetes. Para que manden ellos nos ponemos nosotros, que para eso estamos en democracia y los votos valen igual.
        Anímate y ven que después nos tomaremos unos gintonics a nuestra salud. Si no te lo tomas a mal, igual hasta te lo piensas y vas tú en la lista, ¿hace?
        También hemos montado otra charla, a lo instructivo, en la que el Juanma nos dirá qué hemos hecho en todos estos años y si nos hemos portado bien o mal. Habrá filminas y no es obligatorio comprar el libro.
        Bueno, tío, te dejo ya en paz, que seguro que te he cansado con esta chapa. Si no te es molestia, pasa la voz. 
       
                                       Salud
                           Tus colegas del Consejo

        PD: La del libro es el miércoles 11 de marzo, y la otra, el jueves 26 de marzo. Las dos a las 8 de la tarde en la Casa de Cultura. Si te hace falta, nos llamas y te hacemos un plano para que llegues.