jueves, 21 de mayo de 2015

¡No me grites!

        No hace falta un escenario particular. Cualquier lugar es válido. Tanto da en la calle como en el bar, en la tienda de la esquina como en el ambulatorio, o, sin ir más lejos, sin salir de casa.
        Ayer, por ejemplo, pasó en una de esas que llaman grandes superficies. Allí, un tipo alto, delgado, con melena de cantaor flamenco, achulado, le increpaba no sé qué de una devolución a una chica, más bien pequeña y regordeta, que ejercía de dependienta. Esta lo miraba con cara enrojecida y ojos de furia contenida al tiempo que se defendía:
-      ¡No me grites! ¡Y tú, tampoco! – dirigiéndose a una muchacha mofletuda que acompañaba al de la cara aceitunada.
        La cosa fue aumentando en intensidad de volumen, tonos y timbres cada vez más destemplados y agrios, de modo que un guarda de seguridad se acercó y consiguió, sin levantar la voz, calmar a la pareja que reclamaba. Así pues, la cuestión no pasó esta vez a mayores.
        Es éste un asunto acostumbrado, frecuente, habitual, incluso diario. Uno se cree con razón y, al considerar que no se le trata como se merece, levanta la voz, gesticula y se acompaña de ademanes variados y ostentosos, convencido de que tal proceder dará buenos resultados o, al menos, se le oirá.
        Sin embargo, no suele ser así. Más bien, al contrario. Viene a resultar como cuando un extranjero no nos entiende y nos empeñamos en repetirle lo mismo más alto, más despacio y con más gestos. No funciona por la sencilla razón de que el problema estriba en que no entiende la idea. También ocurre con los nativos, no es un asunto de nacionalidades.
       Además, el grito, modalidad de comunicación que compartimos con buen número de especies animales, no permite la articulación y, de paso, contribuye a alterar el sistema nervioso del interlocutor, que casi siempre se vuelve más agresivo.
        El asunto en cuestión lo arregló el guarda no porque esgrimiese más argumentos, fuera más comprensivo, tratase con mayor dignidad a los reclamantes, usara de vocabulario adecuado, o estuviera dotado de empatía natural, sino porque un servidor entiende que iba uniformado y llevaba una porra, símbolos que el cantaor y su pareja entendieron sin palabras, a la primera.


                             Juan Manuel Campo Vidondo






jueves, 14 de mayo de 2015

Pasa la vida

        Antes les hubieran llamado viejos, sin más, y ya valía. Ahora, les dicen jubilados, pensionistas, tercera edad, ancianos y algunos otros eufemismos con ganas que pretenden disimular lo que hay. Ellos no saben qué es peor porque no pueden comparar, y quienes los llaman así tampoco. Desconocen si es bueno o malo. Por un lado, han llegado; por el otro, se preguntan cómo han llegado. ¡Cómo se pasa la vida! ¡Cómo se viene la muerte! ¡Tan callando!
        De jóvenes las noches eran largas y el futuro prometedor, sugerente, seductor, atractivo y abierto. Pasados los sesenta, unos cuantos de aquellos compañeros, viejos amigos, se les han muerto, y no aciertan qué hacer con el tiempo que les queda. Un futuro incierto, problemático, amenazador. ¡Cuán presto se va el placer! ¡Cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor!
        Han llegado y otros se han quedado. Casi todos piensan que es para mejor, pero no pocos se cuestionan qué es el paisaje sin el paisanaje, y más de uno resuelve que no es nada, que no existe.
        Pero hay que vivir, es ley de vida. Y pasean, o lo intentan, para despistarse un rato, para olvidar ingratitudes, para no pensar qué hacer, para matar el tiempo mientras quede, para descansar de la mujer, de la que muchos están hartos pero hace compañía y la comida. Toman el sol para sentir el calor, para comprobar que aún viven, como el día que se va pasando. Por la noche no pasean. La noche es muerte, y volver a matar el tiempo y el hambre, y descansar si se puede.
        Muchas veces se parecen a los mendigos y a los parados, que no tienen otra cosa que hacer que deambular por las calles para ocupar el tiempo y la cabeza. ¿Qué futuro ven después de desayunar? Salen a la calle si hace bueno y hablan con otros como ellos de fútbol, del tiempo atmosférico, de los programas de televisión, de la familia, de los malos tiempos que corren, del hambre de la posguerra, de su juventud, de los que se han quedado… Hablan de lo que sea con tal de no quedarse callados. Lo peor es el silencio, que lleva a uno mismo, que huele a soledad, a vacío y a miedo.
        No les quedan ni los placeres ni los dulzores de los que habla el poeta. Se les han perdido en el olvido, lo mismo que el recuerdo, que es más inventado que recordado.
        Huyen de preguntarse si han vivido la vida que querían vivir, atisban que los han conducido, intuyen que apenas han elegido con libertad, que no han sido dueños de sus destinos. No quieren interrogarse sobre qué se arrepentirían porque da miedo. Seguro que han traicionado y han sido traicionados, que los han engañado, engañado a otros y a sí mismos. Aunque se esforzaran, no sabrían definirse.
        Quizás, podrían alardear de algún motivo de orgullo, de haber plantado alguna pica en Flandes. Pero lo más probable es que nada destaque, que casi todo sea gris, irrelevante. Quizás, mejor no haber vivido y regalado el tiempo a otro. Cada uno se alimenta de sí mismo: de lo que recuerda, de lo que le queda, de lo que ha comido, de lo que va a cenar. Más de uno intenta pensar qué ha hecho con su vida, en qué han invertido el tiempo, si los recordará alguien y cuánto tiempo. Quizás si…
        Pese a todo, siguen viviendo. La vida se defiende a sí misma por encima de la conciencia. La idea de suicidio es demasiado valiente o estúpida, porque ¿qué se gana? Como sea, aunque sea a rastras, disminuido o humillado, se vive o se vegeta, se pasa el tiempo hasta que la carga genética se agota. Hasta aquí se ha llegado. Esto no da para más. Quizás, sea más conveniente pensar que al final de la jornada el que se salva, sabe y el que no, no sabe nada.



                          Juan Manuel Campo Vidondo
       





lunes, 4 de mayo de 2015

Osasuna de Pamplona

        A Osasuna no le cuadran las cuentas. Bueno, cuadrar le cuadran, pero le cuadran mal. Tiene deudas. ¡Pobre Osasuna! ¡Ya no significa salud! Está enfermo y no puede comprar los medicamentos que necesita. No hay dinero. No le llega ni con el copago.
        La situación es desesperada, pero Osasuna confía en Hacienda, en el Gobierno, en el Parlamento, en que tengan consideración, que han sido bienintencionados pero con mala suerte, que, si no les ayudan, se van a meter en el fondo de un pozo muy negro que desciende y desciende hasta no se sabe dónde.
        Piensa Osasuna que, si salvaron a los bancos, ¿por qué no van a poder rescatar a un club de fútbol que es insignia y bandera de la comunidad foral, del antiguo reino? Ahí, en lo más alto, se han codeado con los mejores, nos han representado hasta  el agotamiento con jugadores europeos, americanos, asiáticos, africanos, españoles, y hasta navarros, que también se batieron el cuero.
        Claro que, como se acostumbra y es normal, no todo pasa por la unanimidad. Quien escribe ha oído que, ya que buscan que paguemos todos, si antes nos lo plantearán en referéndum, o por lo menos en consulta popular. Sabe, porque se lo dicen, que hay muchos ciudadanos a los que el fútbol no les mola, a otros que se las trae pendulona, y a unos cuantos que, de escotar, pasan. Llegan incluso a empecinarse en que, si al final se escota, que paseen el equipo por los pueblos, no siempre en Pamplona.
        En Peralta, por ejemplo, el equipo no es el Osasuna, sino el Azkoyen, y un empleado municipal se ha encontrado por casualidad un documento del  27 de marzo de 1929 en el que el presidente de la Sociedad Deportiva ”Azkoyen”  se dirige al M.I. Ayuntamiento Constitucional de esta villa:
        Este club en su deseo de facilitar al público peraltés ratos de verdadero entretenimiento y que tanto entusiasmo han despertado en esta villa los festejos deportivos consistentes en la celebración de grandes partidos de foot-ball ha organizado para el próximo domingo día 31 un sensacional partido entre los equipos Osasuna de Pamplona y Azkoyen de esta localidad, y como para esos festivales son muchos los gastos que se ocasionan al Club…, invita a esa Ilustre Corporación al partido y se conceda una subvención a este Club. Y así de esa forma podrá organizar frecuentemente diversos actos deportivos que con tanto entusiasmo admira el vecindario en general…
        O sea, que Navarra no aparece por ningún lado. El Azkoyen pide a su Ayuntamiento dinero para los gastos, no al de Pamplona, ni al Gobierno, ni al Parlamento. Sé que en esta localidad viven muchos vecinos respetuosos con las tradiciones y que piensan que los de Osasuna le pidan al de Pamplona, que ya vale, que aquí no tenemos ni rayos X por si algún jugador se fractura algo. A éstos se suman quienes se cabrean porque argumentan que no son tiempos, que en las crisis se impone priorizar los gastos. Concluyen que, si se mete dinero en Osasuna, ¿en qué se lo quitan a ellos? Hasta he oído por no ser sordo que la Volkswagen también nos representa, que el circo corría de cuenta de los emperadores y un vecino entrado en años se acordaba de un periódico que escribió ¡Rojos, no! ¡Rojillos, sí!
        Por la parte que me toca, lo tengo duro. Una cosa son las convicciones y otra el entorno familiar en el que uno se mueve día a día. Y en éste, resulta que mi hermano es del Madrid; un primo, del Athletic; un amigo, de la Real Sociedad y del Manchester United; a mi padre le gustaba el Barça; el bar al que más voy es la sede oficiosa del Madrid, y mis cuñados son del Barça. No lo tengo nada fácil, no señor.
        Lo que quiero es que, por ejemplo, los parlamentarios, es decir, nuestros representantes para hacer leyes, me den argumentos para defenderme en las conversaciones de bar y no pasar por patán ni por bocazas. Que me expliquen a lo claro las razones económicas, deportivas, de espectáculo, culturales o políticas que les han movido a determinar la ayuda que han prestado al club. Que me expliquen también los fundamentos éticos, sociales y filosóficos en los que se han basado. Si quieren, pueden establecer comparaciones con las hipotecas, con el teatro, con el cine, con lo que quieran, hasta con el populismo de Podemos, pero a nivel que pueda entenderlo gente como yo, de los que vivimos en pueblos.
        Como sé que uno u otro me atenderá, espero confiado la respuesta. No hace falta que se den prisa, pero cuanto antes me convenzan antes volveré al bar con confianza.
         Si ahora le sumamos a todo lo anterior lo de Archanco, Peralta, Vizcay y todo ese lío de compra de partidos y fugas de dinero, me encuentro en un fuera de juego de campeonato. Añadiendo la clasificación de Osasuna en la tabla, el conjunto da auténtica pena, y ya no sé si reír o llorar. Creo que voy a empezar por soñar con mis ídolos infantiles, con Bolita, Velocidades… Por lo menos, dormiré feliz.

                              Juan Manuel Campo Vidondo