Aprovechando que me sobraba tiempo para coger el
autobús de vuelta al pueblo, decidí darme un voltio por la oficina del paro, no
por nada especial, sino por ver, por curiosidad, por matar el rato.
Allí había gente de todo tipo y pelaje:
hombres y mujeres, viejos y jóvenes, blancos y negros, tostados y aceitunados,
amarillos… De pie o sentados, miraban una pantalla en la que aparecían letras y
números. Un guarda de seguridad con pintas de intelectual, pelo blanco, largo y
abundante, gafas con mirada penetrante, ejercía su autoridad con ánimo atento,
dispuesto, resolvedor de dudas y problemas.
Entre sus facultades se anotaba la de
doctorado en etimología y uso del castellano. Una señora le preguntó qué tecla
debía pulsar para que la máquina le proporcionara un ticket con número para su
consulta.
- Es para renovar – le dijo.
- Renovar ¿qué? Una casa, por
ejemplo, se renueva. ¿Eso es lo que quiere? – inquirió sin visos de burla.
- ¡No, no! Lo que quiero es una
tarjeta nueva, de alta en el paro – contestó.
- ¡Ah! Entonces, pulse en Tarjetas – aclaró.
Así lo hizo y salió por la ranura el
ticket correspondiente. La señora sonrió al guarda y éste le devolvió el
cumplido.
Al minuto escaso, una joven le preguntó
no sé qué. El segurata le dio todo tipo de explicaciones, pero no se daba la
connivencia adecuada, de modo que, modulando el tono y el timbre, le interpeló:
- Haga el favor de escucharme, señorita.
Que no es lo mismo escuchar que oír. ¿Me sigue?
- Ya le entiendo, pero mi problema
es que veo muy mal y no sé cómo pulsar el botón – respondió con cara
compungida.
- ¡Haberlo dicho antes, mujer!
Vuelva a decirme qué quería – apoyándole una mano en el hombro.
Sorprendido y encantado por semejantes
muestras de comprensión y amabilidad, al rato yo mismo le pregunté:
- Usted perdone: ¿hay baño?
- Sí. Baño hay – me contestó
beatífico.
- Es para mear – puntualicé.
- ¡Ah! Ahora le entiendo. Vaya al
fondo, a la izquierda. Es la puerta donde pone Archivo – indicándome la dirección con el dedo.
Mientras cumplía mis necesidades
fisiológicas, pensé que así daba gusto. Llegaba uno a confiar en la humanidad.
Una pena esto de tanto talento desperdiciado.
Juan Manuel Campo
Vidondo