Es de dominio común que cada siglo tiene sus
verdades, como cada hombre tiene su cara. Dicho esto, ¿cuál es la verdad de lo
que llevamos de este siglo XXI? ¿Y de lo que queda? ¿Qué ideas y sentimientos
dominantes tenemos de nosotros mismos? ¿En qué creemos? ¿Qué esperamos? ¿Con
qué cara nos vemos? ¿Cómo nos juzgamos?
A modo de ejemplo, el XX empezó con
revoluciones obreras y campesinas y terminó con esclavitudes solapadas. Comenzó
con esperanzas de redención y acabó con sálvese quien pueda y como pueda. Se estrenó
con solidaridad de clase y se resolvió con individualismo despiadado.
No se puede vivir sin esperanzas, sin
ilusiones, pero ¿qué filosofía nos guía? Ya sé que primero es vivir y después
filosofar, pero también sé que en el vivir entra cómo vivir.
¿Cómo llamarán los futuros
historiadores este siglo que vivimos? El XVI fue el Renacimiento, la ampliación
del mundo; el XVII, el Barroco, el absolutismo; el XVIII, la Ilustración, el
Despotismo; el XIX, el asalto burgués; el XX, la esperanza truncada.
¿Cómo queremos que sea llamado este
siglo? De momento, mal camino llevamos. Yo no veo más que engaños, mentiras y
corrupción, desigualdades crecientes, atropellos a todo lo que se mueve desde
abajo, ataques a las libertades y a los derechos fundamentales. Los alimentos,
el agua y la ropa, la casa y la energía, las medicinas, el trabajo… son cada
vez menos universales y cuesta más conseguirlos.
Desencanto y decepción se dan la mano a
cada paso. Los de abajo, los de siempre, no avanzamos. Los que mandan, también
los de siempre, nos hacen creer que no hay otras alternativas y, si nos apuran,
que la culpa es nuestra, de cada cual, por ser como somos. Y lo malo es que no
los corregimos, no les decimos que no, no nos juntamos y cada uno va a lo suyo,
porque, encima, nos creemos más listos que los otros y sabemos lo que nos
conviene. Así no hay manera.
Se supone que sabemos escribir, de
manera que no está de más que pongamos nuestra impronta en poner nombres a la
vida que nos rodea y que vamos a dejar a nuestros descendientes. Que no se nos
caiga la cara de vergüenza cuando hablen de nosotros, si es que hablan.
Juan Manuel Campo
Vidondo