lunes, 20 de junio de 2016

Diccionario Sampedro

        José Luis Sampedro es uno de esos hombres que cuando escriben parece que dicen ideas tan sencillas y evidentes que nos resultan hasta demasiado obvias, como que ya las sabíamos, que no hacía falta que nos las repitieran.
        Es uno de esos que defienden que las áreas de la ciencia son múltiples, pero el conocimiento es uno. Es de los que piensan que la vida es un conjunto unitario en el que se mezclan y confunden la economía y la música, la muerte y la vida, el arte y la barbarie, el miedo y la felicidad. Unifica sin aparentes problemas la libertad con los límites y la palabra con las fronteras, el compromiso con la utopía y el dinero con la democracia.
        Cuando yo estudiaba el Bachillerato, nos dividían en Ciencias y Letras. Los de Ciencias eran más listos y los de Letras, descontando a los que iban para abogados, nos conformábamos con apechugar lo que se podía en el escalón inferior. Sin embargo, para Sampedro arte y ciencia vienen a ser lo mismo. Para él nada es ajeno a la vida y nuestra misión en ella es simplemente vivir, vivir como unidad diferenciada y, al mismo tiempo, globalizada.
        Sampedro se me presenta como uno de los autores que hay que leer. Haciéndolo, nos encontramos con perlas como que uno está siempre comprometido; si se compromete porque se compromete y si no porque no se compromete. Ante una cuestión determinada o te mojas o no te mojas. O estás en la lista o estás entre los que no quieren estar en la lista.
        O que cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX no nos parecerá lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas.
        O que el tiempo no es oro, el tiempo es vida. Y reducir el tiempo a dinero es reducir la vida a dinero. Vivimos en una sociedad que da valor a lo que tiene precio en el mercado y no valora lo que no lo tiene: es confundir una economía de mercado con una sociedad de mercado.
        Nos obliga a pensar que cuando se habla de libertad siempre hay que preguntarse: ¿libertad para quién? La libertad no es lo mismo para unos que para otros. Para el poderoso es hacer lo que le dé la gana con los demás. Para el pobre, que le dejen vivir su propia vida sin reventar a nadie.
        Nos plantea que la libertad es como la cometa: vuela porque está atada. Y ese sentido del límite es uno de los valores que ha perdido esta sociedad. En la educación el no es fundamental. El fuerte quiere libertad para hacer lo que le parezca, mientras el débil quiere normas protectoras. La inmensa mayoría de las relaciones son relaciones de poder. El mercado no es la libertad: no hay sino ir al mercado sin un céntimo y comprobar dónde está la libertad de elección.
        Nos habla de que lo que más domina a la gente es el miedo y se trata de que cambie de bando, que lo tengan ellos. El sistema se ha vuelto ingobernable, pero la gente se aferra a él porque teme el cambio.
        A los que ya vamos cumpliendo años nos llama a no preocuparnos por la muerte, porque cuando estamos ella no está, y cuando ella está nosotros ya no estamos. Defiende que una vejez digna es una vejez que no mendiga, que se mantiene en su sitio, que se recluye en su soledad sin resquemores ni resentimientos. Sabe que la tragedia de la edad avanzada es que hablar de los amigos es como repasar una agenda de muertos. Por eso nos anima a vivir. Nuestra misión es vivir y nada más, vivir con imaginación y placer, que es a lo que más miedo tiene el dogma.
        Cada una de esas ideas es sugerente en sí misma, pero Sampedro se enfadaría si las copiáramos sin más. Nuestra misión es agitarlas, batirlas, mezclarlas y tomarlas a nuestra medida y para nuestra salud. Por mi parte, pienso hacer la prueba. Usted, querido lector, haga lo que bien le parezca, que para eso es su vida.


                              Juan Manuel Campo Vidondo




                    

lunes, 6 de junio de 2016

Licenciados en ciencias de bar

        No se exigen requisitos especiales para conseguir la licenciatura, incluso el doctorado, en esta materia de conocimiento, salvo, claro está, demostrar una cierta asiduidad y ser cumplidor con lo que se tome. Tampoco se precisa matrícula, ni libros de texto, ni fotocopias, ni los materiales complementarios habituales en otras áreas.
        Voluntad, ganas de participar y espíritu público. Con esas tres actitudes se puede pontificar de todo cuanto se oiga, se publique o se le ocurra a uno mismo: política local, regional y nacional, deportes, obras públicas, educación, sanidad, toros, medio ambiente… Nada queda fuera del ámbito opinable, aunque disertar sobre las capacidades y competencias de los pilotos espaciales y conductores de submarinos es terreno altamente especializado y no se atreve cualquiera. En estos días, se lleva mucho el asunto de elecciones y el de  corrupciones diversas, adornados con adjetivos descalificativos de amplia gama.
        La competencia se va adquiriendo con los años, se decanta como el posillo del café, se agudiza con el vino y la cerveza y brilla con luz propia con el gin tonic y los cubatas.
        Se requiere mayoría de edad, y también conviene un cierto dominio de las cuatro reglas, algo de geografía y gramática, mucho decir perdona cuando se interrumpe al otro, y alguna que otra invitación en la barra caso de disputa enconada. Poco más. A ser posible, manejo de Internet con móvil, para aclarar etimologías de palabras, distancias entre ciudades, medidas de lo que sea y, en definitiva, cualquier concepto que surja y no quede suficientemente claro para todos los intervinientes. Pese a todo, no es imprescindible.
        El número de ponentes y componentes de cada foro es variable, pero no se recomienda que pase de cinco o seis porque los discursos se interfieren y terminan resultando poco claros y hasta confusos. Esto, sin embargo, no invalida que cualquiera de los presentes se incorpore al mismo, habida cuenta que el bar es de todos y confiere derechos de uso.
        No obstante, debe señalarse que el advenedizo ocasional puede tener suerte o no, es decir, ser admitido como uno más o ser tratado despectivamente, lo que lleva casi inevitablemente a conclusiones no deseadas.
        En ocasiones, la rigurosidad en los planteamientos deja que desear e intenta compensarse con firmeza, apostura y argumentos de autoridad. Lamentablemente, aunque no habitual, pueden saltar a la palestra advocaciones ad hominem, siempre desagradables en sí mismas y por cuanto conllevan de malas caras y despistar el asunto central del debate.
        Hay que señalar que se aprende más si las ponencias tienen lugar en día de fiesta y con preferencia de las tardes a las mañanas. La experiencia demuestra que en tales circunstancias las ideas aparecen con mayor fluidez y consistencia.
        El tono, timbre y dicción de los protagonistas tiene su importancia en el desarrollo de los temas. Así, por ejemplo, la voz débil y aflautada suele convencer menos que las graves y sonoras.
        Con lo dicho, y con decir aquí estoy porque he venido, a triunfar. No hay más que verlo. Pásese por el que tenga más a mano y lo comprobará por sí mismo. No tenga miedo a que le suspendan. La cátedra acostumbra a ser generosa, por lo menos al principio. Caso de ser tímido, ejerza de oyente. Tiempo no le faltará para ejercitar con derecho. Como he leído por algún lado, es la vida misma con la que se encontrará, sin ensayos, a pelo. De hecho, las variantes son pocas y más de forma que de fondo.
        ¡Ánimo y suerte!
                        

                      Juan Manuel Campo Vidondo