El Gran Wyoming ha escrito un libro en el que dice
que no estamos solos en la lucha contra los que fabrican desigualdades y
falsean la democracia, si bien nos previene que no es fácil porque el listón
delictivo está muy alto, es decir, que hay mucho tajo, mucha tela que cortar.
Parte de una idea ya conocida, cual es
la doctrina del shock, que viene a significar que sembrando miedo entre la
población se crea, se interioriza una indefensión que permite actuar al
neoliberalismo con impunidad para privatizar, arrasar conquistas sociales y
todo lo que se ponga por delante del mero individualismo. En resumen, que
creando miedo se crea inhibición, desesperanza y, en consecuencia, inmunidad.
Contra este estado, propone la doctrina
del choco, que vendría a consistir en crear ilusión, alegría, cuestionar el
poder, ponerlo patas arriba, reírse de él, en suma empoderar a la gente. De
modo que, si la sociedad genera violencia o sumisión, de lo que se trata es de
generar ludismo y creatividad.
Pasa a hacer historia, recalcando que
la Transición despolitizó a la sociedad, que se hizo de arriba hacia abajo con
la amenaza y el miedo sobre la mesa. Ahora, lo que nos toca sería hacer
autocrítica como sociedad, porque, simple y llanamente, nos hemos dejado
engañar, y llegar a la conclusión de que, si no hacemos política, la harán en
nuestro nombre.
Según él, este sistema que fomenta la
desigualdad lo que trata es de demostrar que todas las ilusiones de la
izquierda no tenían sentido y que ha llegado el tiempo del sentido común, del
que ha regido el mundo desde que es mundo. Se acabó el tiempo de los
advenedizos y los intrusos. Los señores del dinero han vuelto a recuperar el
terreno perdido.
Ante esta situación, se plantea la
eterna pregunta de ¿qué hacer?, y no responde con genialidades, sino con
actitudes elementales, de andar por casa, al alcance de cualquiera: reivindicar
el sí se puede, la idea de que el miedo ha de cambiar de bando, el uso del
nosotros como forma de pensar y entender el mundo en sustitución del yo.
Invita a reflexionar sobre la idea de
que el miedo ha sido la gran arma del poder desde siempre, de manera que la
primera condición para ser libres es perder el miedo. Plantearse de continuo
¿qué hacemos?, ¿qué estamos haciendo?, politizar el espacio público que
deliberadamente se ha despolitizado, asumir la convicción de que la vida
política se da en cada ámbito de decisión, de toma de palabra.
Insiste una y otra vez en que la gente
tenemos que espabilar y exigir calidad de vida, calidad de igualdad, calidad de
sociedad del bienestar, calidad de dignidad, que no podemos dormir mientras
nuestras camas están ardiendo, que pedir más libertad, más posibilidades, mejor
reparto de la riqueza no son ideas del pasado ni utopías de psicópatas.
La lectura del libro me dejó un eco de
soledad y sentí que necesitamos nuestros poetas, nuestros artistas, nuestros
filósofos. ¿Dónde están?
Juan Manuel
Campo Vidondo