miércoles, 19 de octubre de 2016

Por la libertad se vive en los pueblos

        El bar tenía, y tiene, dos puertas de entrada y salida para los parroquianos. Una da a una calle normal, o sea, de las que la calzada es para el tráfico rodado y la acera para los peatones, con aparcamiento a los dos lados, de modo que la circulación se realiza en un sentido porque no hay sitio para dos. De una esquina hasta la otra, coches y camionetas se pegan a los bordillos y no dejan espacios libres. Aparca el que tiene suerte.
        La otra puerta da a una calle cerrada que termina en una pared de ladrillo que la limita y separa de una huerta enorme que las normas urbanísticas permiten en mitad del pueblo. También de continuo se llena de vehículos aparcados.
        Así pues, los parroquianos ven limitadas sus opciones de aparcamiento, pero lo que se quiere es estacionar cerca, porque no se tiene todo el tiempo del mundo, y para tomarse un vino o echar una partida al mus no se necesita todo el día, de manera que el centro de la calle se usa igualmente como espacio de aparcamiento.
        Es meridiano que haciéndolo así los que ya estaban aparcados no pueden salir en caso de que quieran porque simplemente no tienen por donde salir. Esto que en una ciudad supondría sus problemas, en este caso se soluciona con relaciones de buena vecindad, de ésas que dicen que por la libertad se vive en los pueblos. Así, cualquier día de cualquier mes del año, sin necesidad de fiestas ni acontecimientos especiales, sino tan solo contando con las buenas costumbres de los parroquianos, fieles a sí mismos y a sus rutinas, un forano puede asistir a diálogos de este tipo, dichos en el tono de voz adecuado para que se entere el interesado y el resto de la concurrencia:
-      ¡A ver si me quitas el coche, que me voy a ir ya!
-      ¿No puedes esperar, o qué? ¿No ves que estoy envidando?
-      ¿De quién es esa furgoneta blanca que se va a caer de vieja?
-      ¡O sacas tu tastarro de donde está o te lo paso por encima!
        Que se sea municipal en ejercicio, panadero jubilado o en trance, obrero en activo, lavandero, camionero o funcionario, carnicero o pintor, da lo mismo. No se reconocen clases, ni estatus ni jerarquías. Tampoco se conocen las riñas serias por este lado. Sólo de vez en cuando alguna palabra un poco salida de tono. Poca cosa. Pelillos a la mar. El impuesto de circulación implica el derecho de aparcamiento, ¿o no? Y el derecho de ciudadanía implica la libre expresión, ¿o no?

    
                         Juan Manuel Campo Vidondo