Estoy medianamente harto del
discurso político de la derecha. Parece que se han cansado de que los acusen,
semana tras semana, de corrupción y ahora pasan al ataque. Y eso que son
incansables, porque no dejan de sorprendernos con nuevos casos, si a estas
alturas eso es posible.
Ahora se han empeñado en demostrar que
aquí somos todos iguales, que el que no la hace igual es porque no puede, no
tiene oportunidad o no es lo bastante listo. Así que en cuanto surge un nuevo
Bárcenas, o Gurtel, o Taula, o Acuamed, o Adif, o Correa, o Pujol, o Barberá, o
González, o Castedo, o Fabra, o las decenas de otros que me dejo porque mi
memoria tiene un límite y no sé ni calcular los millones que suman entre todos,
aparece el portavoz de turno para lanzar que si el asistente de Echenique, la
investigación de Errejón, los trabajos de Monedero, la trama venezolana, la
irregular financiación electoral de IU o el piso de Espinar.
Da igual que sea verdad o mentira, que suponga veinte euros o veinte
millones, que se suspendan las causas o que no. Lo que importa es
contrarrestar, igualar, o difamar, que algo queda. Saben que el paisanaje no se
va a parar a reflexionar, que está encantado con que todos los políticos sean
iguales. Así, se desinteresan de la política y la dejan para el que sabe, o
sea, para ellos, para los de siempre, para las profesionales, los expertos en
mandar y que se obedezca.
¿Qué es eso de advenedizos? Nada de
tocar pelo. Cada uno a lo suyo. ¿Maestros en política? ¿Desde cuándo? ¡Habrase
visto! Los maestros, a la escuela. ¿Hasta dónde vamos a llegar?
Juan Manuel Campo Vidondo