Este miércoles santo pasado, la procesión del Santo
Cristo se encaminaba desde la iglesia de San Miguel hacia la parroquial de San
Juan Evangelista. Con parsimonia, se acercaba a la Plaza Principal, donde
aguardaba un buen número de vecinos que disfrutaban del buen tiempo.
Los bares estaban llenos y mayormente
pendientes de la televisión, que transmitía el partido de Champions entre el Bayern de Munich y el Real Madrid. En esos
momentos, el equipo de la capital de las Españas perdía por 1-0, situación que
originaba comentarios variados, y hasta enfrentados, entre los parroquianos.
Ajeno al acontecimiento deportivo, el
paso procesional y sus acompañantes se aproximaban ya a la altura del bar Madrid, más conocido por el Turuta. Las luces del establecimiento se apagaron y el tono de las voces bajó
ostensiblemente en señal de respeto mientras el Cristo pasaba por delante.
Corría el minuto 44 de la primera parte.
Sin embargo, no toda la parroquia
miraba hacia la calle. Un niño de unos seis o siete años, que no había dejado
de mirar el partido, rompió el silencio con su ingenua voz infantil que aún no
diferenciaba jerarquías entre religiosidad y fútbol:
- ¡Penalty, penalty!
La clientela se volvió hacia la
pantalla del televisor, viendo cómo los jugadores del Madrid protestaban de la
injusticia que se cometía contra ellos. Pese a la aparatosidad y teatralidad de
las reclamaciones, el árbitro se mantuvo en su decisión. Un jugador del Bayern
se dispuso a lanzarlo y colocó el balón con mimo en tanto la procesión enfilaba
la calle Mayor. Tomó carrerilla, golpeó el balón con potencia y… lo mandó a las
nubes.
La parroquia volvió a dividirse: unos
aplaudieron, otros se lamentaron, algunos pidieron de beber en la barra y a
unos pocos les dio igual. Como siempre. Para unos cuantos quedó claro que el
Señor siempre estaba del lado de los buenos y que había hecho justicia porque
no había sido penalty.
¡Qué cruz!
Juan Manuel Campo
Vidondo