José Luis Sampedro es uno de esos hombres que
cuando escriben parece que dicen ideas tan sencillas y evidentes que nos
resultan hasta demasiado obvias, como que ya las sabíamos, que no hacía falta
que nos las repitieran.
Es uno de esos que defienden que las
áreas de la ciencia son múltiples, pero el conocimiento es uno. Es de los que
piensan que la vida es un conjunto unitario en el que se mezclan y confunden la
economía y la música, la muerte y la vida, el arte y la barbarie, el miedo y la
felicidad. Unifica sin aparentes problemas la libertad con los límites y la
palabra con las fronteras, el compromiso con la utopía y el dinero con la
democracia.
Cuando yo estudiaba el Bachillerato,
nos dividían en Ciencias y Letras. Los de Ciencias eran más listos y los de
Letras, descontando a los que iban para abogados, nos conformábamos con
apechugar lo que se podía en el escalón inferior. Sin embargo, para Sampedro
arte y ciencia vienen a ser lo mismo. Para él nada es ajeno a la vida y nuestra
misión en ella es simplemente vivir, vivir como unidad diferenciada y, al mismo
tiempo, globalizada.
Sampedro se me presenta como uno de los
autores que hay que leer. Haciéndolo, nos encontramos con perlas como que uno
está siempre comprometido; si se compromete porque se compromete y si no porque
no se compromete. Ante una cuestión determinada o te mojas o no te mojas. O
estás en la lista o estás entre los que no quieren estar en la lista.
O que cuando reflexionemos sobre
nuestro siglo XX no nos parecerá lo más grave las fechorías de los malvados,
sino el escandaloso silencio de las buenas personas.
O que el tiempo no es oro, el tiempo es
vida. Y reducir el tiempo a dinero es reducir la vida a dinero. Vivimos en una
sociedad que da valor a lo que tiene precio en el mercado y no valora lo que no
lo tiene: es confundir una economía de mercado con una sociedad de mercado.
Nos obliga a pensar que cuando se habla
de libertad siempre hay que preguntarse: ¿libertad para quién? La libertad no
es lo mismo para unos que para otros. Para el poderoso es hacer lo que le dé la
gana con los demás. Para el pobre, que le dejen vivir su propia vida sin
reventar a nadie.
Nos plantea que la libertad es como la
cometa: vuela porque está atada. Y ese sentido del límite es uno de los valores
que ha perdido esta sociedad. En la educación el no es fundamental. El fuerte
quiere libertad para hacer lo que le parezca, mientras el débil quiere normas
protectoras. La inmensa mayoría de las relaciones son relaciones de poder. El
mercado no es la libertad: no hay sino ir al mercado sin un céntimo y comprobar
dónde está la libertad de elección.
Nos habla de que lo que más domina a la
gente es el miedo y se trata de que cambie de bando, que lo tengan ellos. El
sistema se ha vuelto ingobernable, pero la gente se aferra a él porque teme el
cambio.
A los que ya vamos cumpliendo años nos
llama a no preocuparnos por la muerte, porque cuando estamos ella no está, y
cuando ella está nosotros ya no estamos. Defiende que una vejez digna es una
vejez que no mendiga, que se mantiene en su sitio, que se recluye en su soledad
sin resquemores ni resentimientos. Sabe que la tragedia de la edad avanzada es
que hablar de los amigos es como repasar una agenda de muertos. Por eso nos
anima a vivir. Nuestra misión es vivir y nada más, vivir con imaginación y
placer, que es a lo que más miedo tiene el dogma.
Cada una de esas ideas es sugerente en
sí misma, pero Sampedro se enfadaría si las copiáramos sin más. Nuestra misión
es agitarlas, batirlas, mezclarlas y tomarlas a nuestra medida y para nuestra
salud. Por mi parte, pienso hacer la prueba. Usted, querido lector, haga lo que
bien le parezca, que para eso es su vida.
Juan Manuel Campo
Vidondo