Política y mentira van de la mano, así de sencillo.
El gobierno lo demuestra a cada declaración. Incluso parece que existe cierta
competencia entre sus miembros para ver quién la echa más gorda. Suele decirse
que en la guerra la primera víctima es la verdad, de manera que en la política,
es decir, la guerra pacífica, pasa lo mismo.
¿Dónde queda aquello de los clásicos de
que la política era un arte noble? Que se justifique como un arte de lo posible
no lleva aparejadas ni la trampa ni el embuste, a no ser que sus protagonistas
asimilen poder con oscuridad y, en consecuencia, partan de la desconfianza como
modelo básico de conducta.
Visto lo visto, no cabe duda que no
confían en los ciudadanos, en nosotros. Somos como seres de otra categoría que
servimos para que se nos utilice, para justificar decisiones. Nos dicen que
siempre hacen las cosas por nuestro bien, pensando en nuestro bienestar. Sin
embargo, cuando miramos alrededor no vemos nada de lo que han alardeado.
¡Esto va bien! ¡No se puede de otra
manera! ¡Confiad en nosotros! ¡Tened paciencia! Nos meten las consignas por
activa y por pasiva, queriendo y sin querer, de día y de noche, en festivo y
laborable, solos y acompañados, de cualquier forma y en cualquier medio. Nos
machacan que estábamos en crisis y nos han sacado de ella. ¿Quién se lo cree?
¡Que levante la mano!
¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Cuál es
el límite de elasticidad? ¿Por qué nos dicen que somos mayores de edad si nos
tratan como a críos? ¿Inventaron este sistema democrático para engañarnos
mejor? ¿Cuánto hemos de aguantar quienes
creemos que la política es una actividad cultural, social, humana? ¿Hemos de
dejarnos retroceder hasta el estado de naturaleza en el que la supremacía en
todo es del más fuerte?
No sé contestar estas preguntas, pero
sí sé que nos engañan porque casi siempre les ha salido bien, porque no
contestamos, porque no respondemos como debiéramos, porque les resulta barato y
fácil y cómodo. Si supieran que las consecuencias se iban a poner en su contra,
se lo pensarían. Si creyesen que la nariz les podría sangrar, nos tendrían en
mayor consideración.
No lo hacen porque no nos consideran
suficiente enemigo. El auténtico adversario puede responder: la amenaza del
contraataque está siempre presente y por eso calculan el ataque. Saben, como
decía Cicerón, que el que ataca no debe extrañarse de la respuesta, pero esto
sólo sirve para quienes se tienen por iguales. Para los inferiores se diseña el
engaño, la mentira, la trampa, la disuasión marrullera, y, llegado el caso, la
fuerza, pura y dura, para que no se olvide quién manda y quién obedece. Juegan
con el miedo y el egoísmo y les sale bien. Si no hay contestación, no
cambiarán. ¿Para qué?
Siempre ha sido así. ¿Por qué iban a
dejar de engañarnos? Saben que no todos pueden vivir bien, que el bienestar de
unos se basa en el malestar de los otros. La riqueza es escasa y no alcanza
para todo el mundo, así que la distribuyen a su modo y manera.
A nosotros nos toca preguntarnos ¿qué
hacer? Ya otros se lo plantearon en la historia y se respondieron de distintas
formas, ninguna basada en la individualidad. Eso les corresponde a los que
mandan, a los que saben, a los que velan por nosotros, a los fuertes.
Juan Manuel
Campo Vidondo
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