domingo, 18 de enero de 2015

¿Por qué nos engañan?

        Política y mentira van de la mano, así de sencillo. El gobierno lo demuestra a cada declaración. Incluso parece que existe cierta competencia entre sus miembros para ver quién la echa más gorda. Suele decirse que en la guerra la primera víctima es la verdad, de manera que en la política, es decir, la guerra pacífica, pasa lo mismo.
        ¿Dónde queda aquello de los clásicos de que la política era un arte noble? Que se justifique como un arte de lo posible no lleva aparejadas ni la trampa ni el embuste, a no ser que sus protagonistas asimilen poder con oscuridad y, en consecuencia, partan de la desconfianza como modelo básico de conducta.
        Visto lo visto, no cabe duda que no confían en los ciudadanos, en nosotros. Somos como seres de otra categoría que servimos para que se nos utilice, para justificar decisiones. Nos dicen que siempre hacen las cosas por nuestro bien, pensando en nuestro bienestar. Sin embargo, cuando miramos alrededor no vemos nada de lo que han alardeado.
        ¡Esto va bien! ¡No se puede de otra manera! ¡Confiad en nosotros! ¡Tened paciencia! Nos meten las consignas por activa y por pasiva, queriendo y sin querer, de día y de noche, en festivo y laborable, solos y acompañados, de cualquier forma y en cualquier medio. Nos machacan que estábamos en crisis y nos han sacado de ella. ¿Quién se lo cree? ¡Que levante la mano!
        ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Cuál es el límite de elasticidad? ¿Por qué nos dicen que somos mayores de edad si nos tratan como a críos? ¿Inventaron este sistema democrático para engañarnos mejor? ¿Cuánto hemos de aguantar  quienes creemos que la política es una actividad cultural, social, humana? ¿Hemos de dejarnos retroceder hasta el estado de naturaleza en el que la supremacía en todo es del más fuerte?
        No sé contestar estas preguntas, pero sí sé que nos engañan porque casi siempre les ha salido bien, porque no contestamos, porque no respondemos como debiéramos, porque les resulta barato y fácil y cómodo. Si supieran que las consecuencias se iban a poner en su contra, se lo pensarían. Si creyesen que la nariz les podría sangrar, nos tendrían en mayor consideración.
        No lo hacen porque no nos consideran suficiente enemigo. El auténtico adversario puede responder: la amenaza del contraataque está siempre presente y por eso calculan el ataque. Saben, como decía Cicerón, que el que ataca no debe extrañarse de la respuesta, pero esto sólo sirve para quienes se tienen por iguales. Para los inferiores se diseña el engaño, la mentira, la trampa, la disuasión marrullera, y, llegado el caso, la fuerza, pura y dura, para que no se olvide quién manda y quién obedece. Juegan con el miedo y el egoísmo y les sale bien. Si no hay contestación, no cambiarán. ¿Para qué?
        Siempre ha sido así. ¿Por qué iban a dejar de engañarnos? Saben que no todos pueden vivir bien, que el bienestar de unos se basa en el malestar de los otros. La riqueza es escasa y no alcanza para todo el mundo, así que la distribuyen a su modo y manera.
        A nosotros nos toca preguntarnos ¿qué hacer? Ya otros se lo plantearon en la historia y se respondieron de distintas formas, ninguna basada en la individualidad. Eso les corresponde a los que mandan, a los que saben, a los que velan por nosotros, a los fuertes.
                                  Juan Manuel Campo Vidondo
                 

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