jueves, 30 de julio de 2015

¡Suerte, presidenta!

No está uno acostumbrado a que en estas tierras de vencedores y vencidos se haya conformado un equipo de gobierno de cuatro partidos políticos, que se han puesto de acuerdo en 614 puntos que tocan a la vida cotidiana de los ciudadanos a quienes van a gobernar.
        Un equipo, del que su presidenta ha querido destacar su aptitud y actitud, que ha prometido diálogo con el resto de las fuerzas políticas y con la sociedad, que ha proclamado voluntad de servicio para encarar los problemas reales: empleo de calidad, igualdad, paz, defensa de lo público…
        Bienvenido lo dicho, y adelante con los hechos. Toca mostrar y demostrar que Navarra es tierra de diversidad.
        ¡Suerte, mucha suerte, presidenta!



                              Juan Manuel Campo Vidondo

viernes, 24 de julio de 2015

En la barra

         Rayaba el día. Abrió la puerta y se dirigió directamente, sin mediar palabra, hacia la barra. El camarero no hizo mención de preguntarle y le preparó un café con leche, servido en vaso de vidrio, acompañado de una magdalena. Sentado en una banqueta alta, solo, removió con una cucharilla el azúcar que acaba de echar al vaso, sin mirar a la concurrencia.
        Con un leve movimiento de cabeza asentía a los buenos días que daban los clientes que entraban. Se veía reflejado en el espejo de enfrente con una cara tristona, como que no había pasado buena noche, que delataba todo un día por delante de trabajo, como ayer o anteayer.
        Un parroquiano pasaba las hojas del periódico en silencio y, cuando le parecía, leía en voz alta algún titular sin esperar respuesta. Otro miraba la televisión y meneaba la cabeza al ver nubes en el mapa del tiempo. Al fondo, una tresena hablaba de lo que habían cenado la noche de antes.
        Despreocupado del ambiente, troceó y tragó la magdalena, mojándola en el café, con poca prisa, casi con desgana. Parecía sentirse confundido con la parroquia de voces apagadas, a las que no prestaba atención y, a lo sumo, miraba con indiferencia. No daba la impresión de infeliz ni tampoco de feliz. Amoldado a la atmósfera. Cuando apuró el último sorbo, se metió la mano en el bolsillo, contó unas monedas que dejó sobre la barra, se levantó y, saludando con los ojos, salió. Al día siguiente, a la misma hora, volvería a aparecer y se repetiría el ritual. No hacía falta decir nada. Sobraban comentarios. Muchos años.

                               Juan Manuel Campo Vidondo

            

lunes, 20 de julio de 2015

Delenda est Senatus

        Era domingo por la mañana. Entré en el bar, pedí un café y me senté a leer el periódico. Al rato, una tresena de amigos se plantó en la barra y, pese al calor, se invitaron a tres carajillos, dos de Veterano y uno de whisky. Al parecer, venían de almorzar, actividad típica por estos pagos, y se les notaba con alegría, disfrutando de la saludable amistad acumulada a lo largo de años. Después de tomar sus carajillos, solicitaron una baraja y unos combinados como ya sabía el camarero.
        Un sonriente encimero  comentó que parecían senadores, imagino que por los años que sumaban y la satisfacción que rebosaban, amén de por la improductiva actividad en la que se ocupaban. A partir de ahí, las frases de los parroquianos salieron a la palestra con más rapidez que las cartas al tapete.
        Sin ánimo de sumarme a las críticas, se dijo que el Senado no valía para nada, que qué sueldos más descansados, que era un cementerio de elefantes, un exilio dorado y golfo, una manera de quitarse enemigos de en medio, de premiar méritos inmerecidos, de recompensar a quienes habían perdido las elecciones, que si no valía con los diputados…
        La cosa se encrespó cuando uno que llevaba poco rato preguntó si alguno de los presentes sabía a qué se dedicaban y otro le respondió que hacían como de muñecos  tocando botoncitos, a lo que se sumaron intervenciones que incidían en el gasto innecesario para los tiempos que corrían.
        Poco a poco, aquello fue tomando aires de asamblea de las de antes, de democracia a estilo pueblo, o sea, llana, sencilla, ocurrente, sin intermediarios ni representantes, cada cual defendiendo su bandera. Un espontáneo desafió a la concurrencia a que dijeran tres cosas buenas para no quemarlo. Otro propuso que si Madrid tenía, en Navarra no íbamos a ser menos, es decir, que o jugábamos todos o se rompía la baraja. Uno se quedó más ancho que largo cuando calló a toda la parroquia con la afirmación rotunda de que para decir tonterías bastaba con el Congreso, que el bar era un asunto más serio, dicho lo cual se pidió un vermut con gaseosa a su salud.
        Un listillo tiró de historia y explicó, sin que nadie le interrumpiera, que un emperador romano había nombrado senador a su caballo. Otro sabihondo contó la historieta de Cela cuando el presidente del Senado le recriminó que se estaba durmiendo durante una sesión, y el Nobel le contestó como correspondía, con la precisión lingüística apropiada. No faltó quién se pronunció para que en su lugar se pusiera un club de alterne, porque, total, para hacer putadas lo mismo daba. El camarero se incorporó a la asamblea e invitó a un Rioja con olivas a quien supiera el nombre del presidente, ronda que le salió barata.
        Conforme los clientes iban entrando, se permitían dar su opinión sin previa invitación, y, así, se volvió a incidir en las ideas de que no se sabía qué hacían ni para qué servían, que uno había visto en la tele que habían faltado más de doscientos senadores a una sesión. Un parroquiano entrado en años reincidió en que los que perdían iban al Senado, añadiendo que había que dar de comer a los tontos. Un amigo se postuló como senador si se pudiera fumar, si no estaba mejor en la terraza del bar.
        A uno que pasaba por la puerta, le preguntaron qué opinaba del Senado y respondió que no le tocaran los cojones que llevaba mal día; otro contestó que le daba igual porque le robaban por todos los lados; el alcalde se guardó la opinión y lo mismo hizo la concejala de Turismo que lo acompañaba. También me preguntaron a mí y, haciéndome el tonto, sonreí y tampoco contesté, por si acaso. Sin embargo, me acordé de un senador, alcalde de su ciudad, quien un día me dijo que cuando iba al Senado descansaba del trabajo que la daba la Alcaldía.
        Entre éstas y otras parecidas, fue transcurriendo la mañana. Cuando ya la cosa parecía más calmada, un habitual soltó para que lo oyeran todos que a ver cuándo y cómo nos contaban lo de las cuentas de la Caja de Ahorros de Navarra y que se dejaran de bobadas de senadores y Senado.


                             Juan Manuel Campo Vidondo







miércoles, 8 de julio de 2015

Sobre la indiferencia

        Es posible que nunca el capitalismo se haya sentido tan amenazado e inseguro, que la crisis financiera, la corrupción y las tropelías urdidas para desarticular el Estado del Bienestar lo hayan desnudado.
        Sin embargo, los enfrentamientos para impedir los recortes salariales, los despidos masivos, las reconversiones industriales, las privatizaciones, la flexibilidad laboral, la desregulación y los empleos basura han acabado en derrota. No cabe duda de que la política ha ido perdiendo centralidad y se está convirtiendo en un apéndice del mercado.
        La crisis ha mostrado las esencias neoliberales, profundizando las desigualdades sociales y consolidando una oligarquía que cada vez concentra en menos manos el poder político y económico, que ve a la democracia como un obstáculo.
         Ahora bien, no toda la culpa es de los jefes, de los ricos, de los bancos, de los políticos y de quienes les votan. La desmovilización ciudadana ahí está, creando conformismo y aumentando el descrédito de la democracia representativa como orden político. Si no hace valer su parecer respecto a las imposiciones y no se une a otros para defender sus puntos de vista, la vida del ciudadano puede convertirse en una permanente frustración de sus aspiraciones personales.
        Luchar por la libertad y la igualdad en el interior de un sistema opresivo fundado en la explotación desde siempre ha marcado las luchas sociales. En este sentido, debe lucharse por  construir una democracia entendida como práctica plural de control y ejercicio del poder. En lugar de patentizar por activa y por pasiva que la política hay que dejarla para quienes viven de ella, hay que encarnar la idea de que la política es para quienes viven en ella y convencerse de que cuando los de abajo se mueven, los de arriba se tambalean.
        Hay que enfrentarse a la indiferencia, ese peso muerto de la historia, bola de plomo, materia inerte, pantano de lodo, que opera pasivamente, pero opera. Los ciudadanos debemos rescatarnos del mercado, impulsar la política, romper la indiferencia y obligarnos a tomar partido. Nosotros y nuestro futuro se juegan ahora, en directo, en abierto.                                 


                       Juan Manuel Campo Vidondo