A finales de este verano, leí en un periódico regional que
el cuarenta por ciento de la riqueza económica de este país llamado España se
basaba en cuatro actividades: bares, tiendas, talleres y hoteles. ¿Esto es,
pues, lo que nos caracteriza? ¿La marca España?
En
sustancia, viene a decirse que los bares resultan porque en ellos se
desarrollan actividades placenteras como beber y hablar; en las tiendas se puede satisfacer
esa ansiedad inoculada desde pequeños que se cura comprando casi todo lo que
nos permite el bolsillo, aunque no haga falta porque ya se tiene; en los
talleres se reparan y ponen a punto nuestros instrumentos de transporte y ocio,
lo que nos permite gozar de nuestro tiempo sin depender de los demás, que no es
plan; en los hoteles nos tomamos nuestras más que merecidas vacaciones, trabajemos
o no.
Las cuatro
presentan el común denominador de que
disponen de paisanaje que nos sirve, que están a nuestra disposición si
podemos pagarlo, que nos atienden con amabilidad y cortesía, como nos
merecemos. Que no hagamos nada productivo porque creemos que ya hemos
contribuido a la generación de riqueza es otro problema. Que tan solo un quince
por ciento se dedique a los trabajos industriales, a los que suponen incremento
de valor, es harina de otro costal
Imagino que
esos servidores nos miran con otra cara. Ellos sí están trabajando y, claro, se
cansan porque es lo que tiene el trabajo. Y seguro que se hastían de nuestras
órdenes y exigencias, de nuestra impertinencia y mala educación, pensando con
razón que no todo es tener dinero para pagar:
- ¡Camarera, la cama está mal hecha!
- ¿No tienes otra cosa de camisas?
Es que éstas son un poco tiernas.
- A ver, tú, pon una tónica con
ginebra bien tirada.
Muchas
horas, poco sueldo... ¡Qué se le va a hacer! Pintan bastos. Seguro que a los
dueños les pinta otro palo, pero a callar, que en boca cerrada no entran
moscas.
Juan Manuel Campo Vidondo
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