lunes, 16 de marzo de 2015

¡No queremos todos más que ganar!

Acababa de echar la siesta y, después de tomar un café, me dedicaba a pasear un rato por las calles del pueblo. Desde el club de jubilados, salió una mujer mayor, cruzó la carretera con calma, y, ya en la acera, una silleta de minusválido, sujeta con una cadena de acero a un árbol, estrechaba el paso, lo que nos obligó a una aproximación mutua. Levantó la vista y soltó:

-      ¡No queremos todos más que ganar!

        El tono no era de cabreo ni mala leche, sino más bien de resignado asentimiento, como que no se trataba de la primera vez. Sin grandes esfuerzos, deduje que había jugado a las cartas, había perdido, se había enfadado con alguna, o varias, de sus convecinas de partida y se había marchado para no liarla más.
        Para salir de dudas, entré en el club. A mi izquierda, unas cuantas señoras echaban una partida a cara de perro. Me senté en una mesa cercana y cogí un periódico para dar a entender que iba a leer y no a aldraguear. Por si acaso, saludé:
-      ¡Buenas tardes!
        Sin dejar de jugar, hablaban entre ellas como quien no quiere la cosa:
-      ¡Habrase visto! – decía una.
-      ¡Pues no se ha ido poco flamenca! – continuaba la de al lado.
-      ¡La culpa la tenemos nosotras, por dejarla! – sentenciaba una flaca de gafas.
-      ¿Y quién se lo va a decir? ¿Tú, o qué? – respondía otra sin perder lance.
-      ¡Joder, joder! ¡A sus años! ¡Parece hasta mentira! – concluía una que no bajaba de los setenta y pico.
-      ¡Hala! ¡A lo que estamos! – finiquitó la primera, a la que no le paraban de temblar las manos.
-      ¡Te toca dar, Juanita! – ordenó la que aparentaba más años.
        En resumen, que no me enteré de nada. Aunque hubiera estado toda la tarde, me convencí de que no habrían soltado prenda. No dejaba de ser un extraño y sentían mi presencia como la de un intruso. Además, no me apetecía invitarlas, así que plegué el diario, lo dejé en la barra y me marché, no sin volver a desearles buenas tardes. Ya me enteraría de otra forma. Seguro que por un café con leche o un vino alguien me lo contaría.
        Intenté establecer paralelismos con la situación política, con lo de ganar y perder, pero me pareció arriesgado, así que lo dejé estar. También se me ocurrió preguntarles quién iba a ganar en las municipales que se presentaban, pero, por si acaso, no me arriesgué porque me pareció que entre ellas había de todo y, con un poco de mala suerte, la terminaría pagando yo, y no era plan. Quizás en otro momento…



                            Juan Manuel Campo Vidondo





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