viernes, 24 de julio de 2015

En la barra

         Rayaba el día. Abrió la puerta y se dirigió directamente, sin mediar palabra, hacia la barra. El camarero no hizo mención de preguntarle y le preparó un café con leche, servido en vaso de vidrio, acompañado de una magdalena. Sentado en una banqueta alta, solo, removió con una cucharilla el azúcar que acaba de echar al vaso, sin mirar a la concurrencia.
        Con un leve movimiento de cabeza asentía a los buenos días que daban los clientes que entraban. Se veía reflejado en el espejo de enfrente con una cara tristona, como que no había pasado buena noche, que delataba todo un día por delante de trabajo, como ayer o anteayer.
        Un parroquiano pasaba las hojas del periódico en silencio y, cuando le parecía, leía en voz alta algún titular sin esperar respuesta. Otro miraba la televisión y meneaba la cabeza al ver nubes en el mapa del tiempo. Al fondo, una tresena hablaba de lo que habían cenado la noche de antes.
        Despreocupado del ambiente, troceó y tragó la magdalena, mojándola en el café, con poca prisa, casi con desgana. Parecía sentirse confundido con la parroquia de voces apagadas, a las que no prestaba atención y, a lo sumo, miraba con indiferencia. No daba la impresión de infeliz ni tampoco de feliz. Amoldado a la atmósfera. Cuando apuró el último sorbo, se metió la mano en el bolsillo, contó unas monedas que dejó sobre la barra, se levantó y, saludando con los ojos, salió. Al día siguiente, a la misma hora, volvería a aparecer y se repetiría el ritual. No hacía falta decir nada. Sobraban comentarios. Muchos años.

                               Juan Manuel Campo Vidondo

            

No hay comentarios:

Publicar un comentario