lunes, 19 de octubre de 2015

La clase obrera

        Más de uno ha dicho que la clase obrera ya no es protagonista de nada, ni sujeto de la historia ni cosa que se le parezca. Ni siquiera es. Ha muerto. Se ha transformado en objeto de consumo. Vale lo que consume, no lo que produce.
        En el pueblo donde vivo, y en casi todos los demás según me dicen, apenas ha habido lo que se llamaba conciencia de clase. Como mucho, casos aislados que se desgañitaban tratando de convencer a sus compañeros de trabajo, a sus camaradas, que ellos eran la fuerza destinada a cambiar el mundo, las relaciones sociales de producción.
        Los patronos sabían y saben del individualismo y la mutua desconfianza del paisanaje y la han alimentado: un poco más de sueldo por aquí, un favor por allá, un puesto de  trabajo para un hijo… Por unas pesetas se ganaban obreros combativos o con talento, que se volvían contra los suyos y se convertían en sus vigilantes. Ante las críticas, contestaban qué hubieran hecho ellos en su lugar, que desde fuera se veía todo muy fácil, y aconsejaban calma, paciencia, que pensaran en sus hijos, qué sería de ellos si los patrones no les dieran trabajo.
        Para la mayoría, para casi todos, la verdad ha sido y es la autoridad, el poder, el mundo como pirámide. Unos mandan a otros porque pueden, y por eso se mueve el mundo, como si fuera una cadena de mandos sin fin en la que se cursan órdenes claras y precisas, donde la sumisión es lo natural y debe asumirse sin complejos. Vale quien sirve, eso es lo que vale. Orden. Que mande uno.
        La clase obrera ha abandonado el principio de que la unión hace la fuerza, ha traspasado su propia línea roja, y el protagonismo se resiente. ¿Dónde están los objetivos? ¿Y el análisis de las contradicciones? ¿Qué gasolina se usa para el motor del cambio?
        Parece que ha caído en el olvido que los derechos de los débiles no se cumplen cuando éstos no ganan la fuerza para hacerlos cumplir. Da la impresión de que la crisis supone un regreso al estado de todos contra todos, en el que resuenan Hobbes y Quevedo: Vive para ti solo, si pudieres; pues solo para ti, si mueres, mueres. ¿Qué garantía se ofrece al trabajador, al simple ciudadano de a pie que vive de su trabajo? ¿No perder lo que aún le queda?
        El siglo pasado comenzó con la toma del palacio de invierno; a poco más de la mitad, casi medio planeta era comunista o filo, la pelota estaba en el alero; acabó con los presagios del rosario de la aurora con el que ha empezado éste en que sobrevivimos.
         La lucha de clases sigue existiendo y la clase obrera la está perdiendo. La crisis que vivimos no es más que el ajuste de una nueva legión de hombres herramienta en busca de propietario que los ponga a producir y consumir.
        Después de toda una vida, es triste preguntarse dónde queda la esperanza.
       
                             Juan Manuel Campo Vidondo  





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