viernes, 4 de marzo de 2016

El sentido de la muerte

        Cuando mi madre murió, lo consideré como algo natural. Llevaba mucho tiempo en la frontera y ya, en más de una ocasión, se había entrevisto el otro lado. No me pilló de sorpresa.
        El médico nos dijo que la muerte cerebral era irreversible, que lo mejor que podía hacerse era desenchufarla. Mis hermanos y yo estuvimos de acuerdo y dimos el consentimiento. Al poco, su lucha terminó. Había vivido y le tocaba morir. Nos dejaba a nosotros como recuerdo, poco más.
        Es posible que no sintiera dolor especial porque se trataba de una cuestión de tiempo. No cabían sorpresas. El asunto se limitaba a un poco más o un poco menos.
        También con mi padre los médicos nos pidieron permiso para desconectarlo, si bien creían que podía vivir algunos años más. Sin embargo, esa misma noche se murió, sin avisar, sin darse cuenta. Me pilló de improviso, sin estar preparado, a traición. Y lo acusé. Y lloré.
        Los dos se habían ido, y los siguientes seríamos mis hermanos y yo. Nadie se quedaba para vestir santos. Nadie volvía de la muerte, esa oscuridad eterna precedida de un relámpago de luz que era la vida. La muerte de los otros tiene sentido, ley de vida.
        Sin embargo, cuando se trata de uno mismo la cuestión no parece tan natural. Me pregunto cómo será la mía. ¿Rabiaré? ¿Me resignaré? ¿Pensaré en Dios? ¿Apostaré como Pascal? ¿Lloraré por mí? ¿Llorará mi hija? ¿Alguien llorará por mí?
         Por muchas vueltas que le doy sigo sin encontrarle sentido a la idea de haber vivido y, de repente, dejar de vivir. No me entra, no lo entiendo. ¿Cómo se puede uno morir?


                             Juan Manuel Campo Vidondo


                                                 








No hay comentarios:

Publicar un comentario