Lo prometo y me comprometo. Por la
memoria de mi santa madre, que en paz descanse.
La proposición es sencilla: al partido
o agrupación que se comprometa a poner una oficina en la que se me atienda
personalmente las reclamaciones del gas, electricidad y teléfono, al estilo de
las organizaciones de consumidores y usuarios, pero en plan político, le
prometo mi voto, si no puede ser en estas elecciones en las siguientes.
Esto viene a cuento de que el otro día
me contó un amigo que de buenas a primeras le llegó una factura de gas de casi
setecientos euros y que por poco palma del sofocón que le dio. En cuanto se
recuperó, cogió el teléfono, llamó a la compañía en cuestión y una máquina que
hablaba empezó a envolverlo con instrucciones: que si era o no cliente, que
para qué llamaba, que tocase un numerito u otro según lo que quería… De tanto
tocar botoncitos, se equivocó y la conexión se interrumpió.
Tras desahogarse con unos cuantos
improperios que alarmaron a la vecina del tercero, volvió a intentarlo tomando
aire, inspirando y expirando con lentitud y profundidad al tiempo que daba
órdenes mentales a su sistema nervioso para que se comportara a la altura de las
circunstancias, que setecientos euros eran muchos euros.
La máquina habladora se comportó como en la
llamada anterior, sin inmutarse, dando las mismas instrucciones, respetando los
tiempos. Cuando no hablaba, ponía una musiquilla que se suponía relajante. La
cosa iba bien y ya casi había llegado al punto en que se iba a poner al
teléfono un operario de verdad, de los de carne y hueso, pero en ese momento
sonó el timbre del portero automático, se sobresaltó y debió toquitear la tecla
que no era, habida cuenta que la conversación se reinició desde el principio.
Dispuesto a no desanimarse así como así, sacó el paquete de tabaco y se
encendió un cigarrillo, aspirando y expirando a voluntad y satisfacción, viendo
cómo las volutas de humo se movían por el aire. Dudó en acompañarlo con un Campari, pero el reloj le dijo que era
temprano, demasiado temprano, y, además, aún tenía que coger el coche para ir a
trabajar, de modo que no era plan.
Terminado el cigarrillo, volvió a
teclear el móvil por tercera vez con decisión y apostura, animándose con frases
del tipo aquí estoy porque he venido, me llamo tal a mucha honra, peor lo pasé
en el oral de las oposiciones y otras similares, si bien no pudo evitar un
cosquilleo general por todo el cuerpo cuando pulsó el último botón. Sin
embargo, ya se sabe que a la tercera va la vencida, la cosa fue bien, llegó sin
problemas hasta el empleado personalizado, que lo atendió con amabilidad y,
tras pedirle una buena batería de datos, le prometió que le comunicarían la
resolución con prontitud.
No obstante, de eso ya había pasado
casi un mes y aún no había recibido nada de nada, ni que sí ni que no, ni a
favor ni en contra, de forma y manera que anda llamando cada dos por tres a su
sucursal bancaria para ver si le han cobrado. Un sinvivir.
Me hago cargo de la desazón de mi amigo
y no quiero que me pase a mí, que uno ya va cumpliendo años, está trasplantado
de hígado, y expuesto a todo tipo de achaques propios de la edad, como para
añadir sustos innecesarios que aumenten las tensiones coronarias, del páncreas,
o del aparato urinario, que para el caso tanto da.
Ya sé que los partidos hacen bien en
preocuparse de la deuda pública, de los gastos necesarios y recortables, de la
presión fiscal, de las pensiones y de mil cosas más, pero les agradecería que
tuvieran en cuenta esas pequeñas cosas que nos pasan a los ciudadanos normales,
que no pasarán a los libros de historia, pero que nos dan sustos de muerte y
songratos evitables.
No se me escapa que esto de los pactos
está duro y crudo, pero digo yo que en este asunto, así a bote pronto, no sería
difícil llegar a un acuerdo. ¿O sí?
Reitero que mi voto lo tienen
garantizado y, por descontado hablaré con mis amigos en el mismo sentido.
Salud.
Juan Manuel Campo
Vidondo
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