jueves, 14 de julio de 2016

Prometo mi voto

        Lo prometo y me comprometo. Por la memoria de mi santa madre, que en paz descanse.
        La proposición es sencilla: al partido o agrupación que se comprometa a poner una oficina en la que se me atienda personalmente las reclamaciones del gas, electricidad y teléfono, al estilo de las organizaciones de consumidores y usuarios, pero en plan político, le prometo mi voto, si no puede ser en estas elecciones en las siguientes.
        Esto viene a cuento de que el otro día me contó un amigo que de buenas a primeras le llegó una factura de gas de casi setecientos euros y que por poco palma del sofocón que le dio. En cuanto se recuperó, cogió el teléfono, llamó a la compañía en cuestión y una máquina que hablaba empezó a envolverlo con instrucciones: que si era o no cliente, que para qué llamaba, que tocase un numerito u otro según lo que quería… De tanto tocar botoncitos, se equivocó y la conexión se interrumpió.
        Tras desahogarse con unos cuantos improperios que alarmaron a la vecina del tercero, volvió a intentarlo tomando aire, inspirando y expirando con lentitud y profundidad al tiempo que daba órdenes mentales a su sistema nervioso para que se comportara a la altura de las circunstancias, que setecientos euros eran muchos euros.
        La máquina habladora se comportó como en la llamada anterior, sin inmutarse, dando las mismas instrucciones, respetando los tiempos. Cuando no hablaba, ponía una musiquilla que se suponía relajante. La cosa iba bien y ya casi había llegado al punto en que se iba a poner al teléfono un operario de verdad, de los de carne y hueso, pero en ese momento sonó el timbre del portero automático, se sobresaltó y debió toquitear la tecla que no era, habida cuenta que la conversación se reinició desde el principio.
         Dispuesto a no desanimarse así como así, sacó el paquete de tabaco y se encendió un cigarrillo, aspirando y expirando a voluntad y satisfacción, viendo cómo las volutas de humo se movían por el aire. Dudó en acompañarlo con un Campari, pero el reloj le dijo que era temprano, demasiado temprano, y, además, aún tenía que coger el coche para ir a trabajar, de modo que no era plan.
        Terminado el cigarrillo, volvió a teclear el móvil por tercera vez con decisión y apostura, animándose con frases del tipo aquí estoy porque he venido, me llamo tal a mucha honra, peor lo pasé en el oral de las oposiciones y otras similares, si bien no pudo evitar un cosquilleo general por todo el cuerpo cuando pulsó el último botón. Sin embargo, ya se sabe que a la tercera va la vencida, la cosa fue bien, llegó sin problemas hasta el empleado personalizado, que lo atendió con amabilidad y, tras pedirle una buena batería de datos, le prometió que le comunicarían la resolución con prontitud.
        No obstante, de eso ya había pasado casi un mes y aún no había recibido nada de nada, ni que sí ni que no, ni a favor ni en contra, de forma y manera que anda llamando cada dos por tres a su sucursal bancaria para ver si le han cobrado. Un sinvivir.
        Me hago cargo de la desazón de mi amigo y no quiero que me pase a mí, que uno ya va cumpliendo años, está trasplantado de hígado, y expuesto a todo tipo de achaques propios de la edad, como para añadir sustos innecesarios que aumenten las tensiones coronarias, del páncreas, o del aparato urinario, que para el caso tanto da.
        Ya sé que los partidos hacen bien en preocuparse de la deuda pública, de los gastos necesarios y recortables, de la presión fiscal, de las pensiones y de mil cosas más, pero les agradecería que tuvieran en cuenta esas pequeñas cosas que nos pasan a los ciudadanos normales, que no pasarán a los libros de historia, pero que nos dan sustos de muerte y songratos evitables.
        No se me escapa que esto de los pactos está duro y crudo, pero digo yo que en este asunto, así a bote pronto, no sería difícil llegar a un acuerdo. ¿O sí?
        Reitero que mi voto lo tienen garantizado y, por descontado hablaré con mis amigos en el mismo sentido.
        Salud.
    

                              Juan Manuel Campo Vidondo
       

                        

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