Desconozco la tirada de este
libro, El asco indecible, (Miguel
Sánchez-Ostiz), publicado en 2013, pero no habrán sido muchos ejemplares y,
menos aún, quienes lo hayan leído. Sin embargo, desde mi más que limitado punto
de vista, debería ser objeto de comentario de textos en los institutos de
secundaria, por lo menos en los públicos.
Sus páginas son lecciones de historia
comprimida en frases que definen este comienzo del siglo XXI, sentimientos que
arrancan desde lo más íntimo y planean sobre la cruda realidad que se vive,
difícil de comprender en el futuro. Los arqueólogos se extrañarán que
sociedades así fueran posibles. Pero eran, ya lo creo.
El
asco indecible equivale a repulsión, cansancio, aburrimiento, pena
indefinible, repugnancia insoportable. ¿Quién dijo que la evolución humana
tenía sentido? Este desgraciado siglo nos demuestra lo contrario: no lo tiene,
y, caso de que así sea, no es el que se esperaba. Unos ejemplos:
1.- Yo
hablo, tú escuchas, al final me
aplaudes, luego acatas y, sobre todo, me desapareces de escena, ¿eh, estamos,
chato?... ¿O prefieres que llame a los antidisturbios?
2.- Los españoles son
ratas de laboratorio: a ver cuánto castigo toleran sin rebelarse. Nos falta
cohesión frente al enemigo común.
3.- Las democracias europeas han
descubierto que la democracia no era necesaria, pero sí el estado policíaco sin
el que no se sostendrían la banca ni las tramas financieras. Estamos aquí para
pagar por todo.
4.- De la misma manera
que hay una salud para ricos y otra para pobres, hay una justicia idem. Es del
dominio público. No necesita pruebas. Si se requieren, no hay sino presentar
las tasas judiciales de Gallardón.
5.- El verdadero
problema es un estilo de vida y de hacer política sin otro objetivo que
entender la cosa pública como negocio privado. Insultar a unos ciudadanos
elogiando a otros es un rasgo de la marca España, un estilo.
Estas frases son un muestrario, cuentas
de un rosario de misterios dolorosos, una manita de las del fútbol, un anticipo
de la paga mensual. Deben entenderse como aperitivo para abrir boca, estimular
los ácidos y sentarse dispuesto a comerse lo que le pongan, sin reparos.
Es lo que se encontrará en las páginas
del libro, que, de buen o mal sabor, ácidas o amargas, le hablarán de
autoritarismo, represión, rebelión, servicio, peligro, solidaridad, abusos,
maltratos, muerte, desigualdad, indignación, furia, insultos, pobreza, miedo,
esclavitud, libertad, fuerza, olvido, memoria, degradación, arrogancia,
cohesión, convivencia, privilegio, ruptura, competición, mando, obediencia,
sospecha, control, indiferencia…
Cada uno es muy libre, si tiene tiempo
y ganas, de cocinarlas a su forma y manera, a su gusto, con su toque personal,
con perejil o sin él. Haga el plato como se le antoje y sepa, pero no olvide
que sólo incorporará matices porque los ingredientes se los venden en la
tienda, le guste o no, y la comida en solitario, a lo individual, es fría,
aburrida, sin gracia.
Juan Manuel Campo Vidondo
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