Podemos por aquí; Podemos por allí; Podemos por
acá; Podemos por allá. Todo el mundo
que se precie habla de Podemos: para
alabar, para criticar, para ensalzar, para denostar, para no hablar del tiempo,
para cambiar de conversación, para matar el rato, para todo lo que se tercie.
Se les trata de ingenuos e incautos. ¡Qué van a enseñar ésos! ¡Ya cambiarán!
¡Mira cómo les va a los griegos! ¡A mis años! Los demócratas de toda la
vida, los reconvertidos y arrepentidos, los que se las saben todas, los miran
decididamente mal. No pueden ni verlos. No les caen bien ni los que llevan
coletas, ni los de gafas, que, para más INRI, son maestros. ¡Que se vayan a la escuela y se metan en sus
cosas! ¡Listos, que son unos listos! ¡A mí no me la dan! Pasan de pedagogía
y didáctica. Se saben la lección de carretilla.
La república hizo escuelas porque el
país estaba para lo que estaba y daba para lo que daba. Sin embargo, la
democracia monárquica no ha hecho tarea pedagógica, tiene los deberes por
hacer, y ahora resulta que vienen maestros para enseñar y no nos gustan que nos
enseñen. No deja de ser un problema, porque no se puede enseñar a los
enseñados.
Pese a quien pese, la democracia tiene
que ser enseñada porque no es natural. Lo natural es el dominio de los fuertes,
el clan familiar y la tribu, creerse uno el centro, el prejuicio, el grito, el
puñetazo, la ignorancia y la descalificación de porque sí.
La mejor, casi la única, manera de
enseñar la democracia es el ejemplo, y buena parte de los dirigentes políticos
han hecho lo contrario, han incumplido las normas que ellos aprobaban. Los
políticos no suelen ser de letras, sino de acción, de determinaciones
contundentes, poco amigos de intelectuales y disquisiciones. Les gusta recordar
que los primogénitos eran quienes heredaban las propiedades y los que venían
detrás estudiaban, si podían y valían. La esencia del poder nunca ha estado en
el saber.
A muchos, la escuela democrática no
les ha dado más que una capa de barniz, más gruesa o más delgada, según, la
suficiente como para andar por casa. Para la mayoría, la democracia fue un
traje nuevo, un regalo, no una conquista, y no se han preocupado ni poco ni
mucho de transmitir los valores democráticos a las generaciones posteriores,
así que éstas no tienen elementos comparativos.
En conjunto, pues, no estamos
entrenados y así no se puede competir, de modo que la pregunta es pertinente:
¿Podemos con la democracia?
Juan Manuel
Campo Vidondo
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