Con esto de la crisis las conversaciones dan para
todo y para todos. No faltan las que dan vueltas en torno a dónde se vive bien
y dónde no, si antes se vivía mejor o peor, en qué consiste lo de vivir bien o
mal… Ni que decir tiene que los puntos de vista no pretenden objetividad sino
pasar el rato más o menos a gusto, contar historietas, repasar recuerdos y
comprobar con disgusto el paso del tiempo.
De mis tiempos de infancia y juventud
me acuerdo en especial del cine. En general, gustaban mucho los carteles y las
carteleras que anunciaban y daban publicidad a las películas. Las fichas de
clasificación moral en la puerta de la iglesia nos prevenían del contenido: 1
para las aptas para todos los públicos, 2 para adultos, 3 para personas
formadas, 3R con reparos, 4 gravemente peligrosa.
Dos locales, Gran cinema Azkoyen y Salón
Novedades, ofrecían tres o cuatro sesiones: matinée, infantil, tarde y
noche. Se veían, se comentaban, se catalogaban actores y actrices. Si la
película gustaba, se prestaba atención y había silencio; si no, se hablaba, se
gritaba o se hacían bromas.
Las sesiones de mañana e infantil daban
para todo: para patear el suelo, para reírse del acomodador, para cantar, para
gritar, para jugar con los amigos, para intentar ligar, para pegarse, para
poner la mano en el foco, para echarse ventosidades... Los autores de las
gamberradas e interrupciones tenían más o menos suerte en salir impunes o
denunciados. Los había que se libraban siempre y otros que cargaban con las
culpas. La oscuridad amparaba a unos más que a otros y la linterna del
acomodador no llegaba a todos los lados. Unos se escondían y disimulaban mejor
y a otros los pillaban hicieran lo que hicieran.
Claro que tampoco había que ponérselo
difícil al acomodador y responsable del orden, como uno que salió de la sala,
fue a los servicios y, allí, se puso a tirar petardos. Cuando lo encontraron
aún estaba riéndose de la que había montado. El alguacil Molina redactó el
parte y el alcalde, Alfredo García, le impuso 100 pesetas de multa, que su
padre pagó a la semana siguiente.
El Ayuntamiento, pues, cobró, y es de
suponer que el autor también. No eran años de crisis, pero el dinero no
sobraba.
La verdad es que no sé decidirme sobre
el asunto, o sea, si antes mejor que ahora o al revés, así que me declaro en
situación de recibir lecciones de cualquier ciudadano que se precie, menos de
los políticos que yo me sé, de ésos que presumen de cómo estamos ahora y cómo
estábamos antes.
Juan Manuel
Campo Vidondo
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