Ni hacía ni hace honor al
significado de su nombre. Ni rey, ni emperador. Ni quiere serlo ni se le pasa
ni ha pasado por la cabeza. Ha cumplido ochenta y cinco años con un medio puro
pegado a los labios como si fuera una prolongación más de su cabeza, como la
nariz o las orejas. Basilio y el medio puro son
lo mismo.
Antes, ha fumado Celtas, cortos y largos, Peninsulares,
Ducados y lo que se terciara, pero ahora no puede ni verlos. Sólo puritos,
seis o siete al día, encendidos o apagados.
Una camisa cualquiera o una camiseta
juvenil intentan componerse con pantalones hasta la rodilla y sandalias de
cuero o zapatos, según el tiempo. Calvo y aceitunado, huesudo, nunca que
recuerde ha enfermado, si descontamos un catarro que se le pegó hacía casi diez
años.
No ha bebido porque dice que el vino le
sentaba mal, y un par de vasos lo ponían vuelta al aire. Muy de cuando en
cuando se tomaba un chupito de algo o un vermut rebajado con gaseosa.
Peón de albañil, técnico en hormigoneras,
masador de yeso grueso y fino, aprovisionador de vino para la bota de algún
oficial, cocinero del tajo cuando trabajaban fuera del pueblo, lo que tocara,
lo que le mandaran. Ahora, todos los días va al campo en su moto, una barquilla
detrás, su casco obligatorio y su puro en la boca, para entretenerse, para
matar el rato.
Gasta bromas como poner la mano en la
banqueta antes de que el otro se siente, hacer nudos a las correas de los
bolsos de manos, llevarse el dinero de la barra para que discutan clientes y
camareros…, lo que se le ocurre.
Compraba y hacía, y hace, la comida
para su mujer y para él: alubia verde, puré de calabacín con cuatro quesitos,
ensalada de tomate y cebolla, puré de patatas con filetes de lomo pasados por la
varilla, sopa de todas la variedades… Lo mismo le da porque le gusta todo,
menos los macarrones, que, vaya usted a saber por qué, no puede con ellos. Se
priva con los dulces que él mismo se hace, o sea, flanes, natillas, arroz con
leche, los caseros de toda la vida. Igual exagera un poco cuando afirma que un
flan de litro se lo come en una tirada, aunque yo me lo creo.
Un día le pregunté si podía escribir un
artículo sobre él, si se molestaría. Me contestó que hiciera lo que se me
pasara por los cojones. Fue el mismo día en que me arreó en el culo con una
garrafa que se disponía a tirar al contenedor. Cuando volvió, le pregunté:
- Basilio, ¿era de olivas?
- No. ¿Es que no has visto que era
de plástico? – me respondió.
También se dice que otro día le
preguntaron si la carretera iba a Marcilla o a Falces, y contestó que no iba a
ningún sitio, que se estaba quieta, que si era tonto o qué.
Es uno de esos que llaman de la mayoría
silenciosa, de los que, en el fondo, hacen lo que les da la gana. Que no le
pidan el voto estos días, porque los mandará a dónde yo me sé, aunque lo de las
elecciones no le preocupa demasiado con tal de que no le jodan los turrones.
No sé cuánto le queda, pero si sé que,
cuando no lo vea, me acordaré de él.
Juan Manuel Campo
Vidondo
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