Nada tiene un servidor contra el uso del periódico
en el bar como elemento de información, distracción y entretenimiento. Al
contrario, habida cuenta que entra dentro de mis costumbres el tenerlo como un
derecho aparejado al pago de tomar un vino a mi salud. Hasta ahí, pues, nada
que objetar, pero la extralimitación de tal derecho, es decir, su abuso es algo
que me puede, que me enerva.
Es lo que pasa con esos individuos que
lo cogen de la barra como si fuera suyo, como si lo hubieran comprado, se lo
llevan a su territorio y se ponen a darle vueltas y más vueltas. Leen los
titulares y el resto de las noticias, se detienen en las fotos, llegan hasta la
página de la programación de la televisión y se dedican a ver, cadena por
cadena, señalando con el dedo, lo que echan por la noche.
En ocasiones, no contentos con eso y
con haber sobrepasado con amplitud los veinte minutos que obligan por cortesía
a leer el periódico en voz alta, les da por volver a mojarse el dedo con la
lengua y pasar las hojas hacia atrás, imagino que para leer lo que antes no han
leído con suficiente detenimiento.
Todo eso y más se soporta con estoicismo y hasta con cierta actitud de
benevolencia, porque el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Pero es moneda corriente que el uso lleva al abuso, con lo que el umbral de
elasticidad se acerca peligrosamente al de ruptura y finalmente pasa lo que
tiene que pasar, o sea, que se rompe.
Esto es lo que ocurrió el otro día,
cuando, después de tomarme dos vinos esperando mi turno, el usuario, que
llevaba su media hora cumplida, sacó un bolígrafo de su bolsillo y se puso a
hacer el crucigrama. Mis manos se crisparon sobre el vaso, que no estalló de
auténtica casualidad. Recordé los ejercicios espirituales de mi juventud, al
tiempo que me daba ánimos para la paciencia y el supremo control.
En ésas estaba, cuando con toda la
familiaridad del mundo se me dirigió y me preguntó:
- ¿Historiador griego que termina en
doto?
Sobreponiéndome, sugerí:
- ¿Herodoto?
- No puede ser. Le faltan letras –
advirtió con una sonrisa.
- Es que lleva hache al principio –
contesté.
- ¡Ah! Ahora sí.
Sin darme las gracias, volvió a
sentarse con el periódico y reanudó sus tareas. Dudé en tomarme un tercer vino,
pero lo deseché por aquello de que el alcohol alimenta la agresividad, y me
marché con el firme propósito de comprar todos los días el periódico. El
sistema nervioso tiene un precio, me dije. Por poco más de un euro podía
resolver el problema.
Juan Manuel Campo Vidondo
Genial :-)
ResponderEliminarhttps://twitter.com/javiermarrodan/status/763664264267718656