martes, 16 de septiembre de 2014

Juventud, divino tesoro (II)
La verdad es que las líneas anteriores no me han dado mucha risa, ni poca. Lo ajustado sería decir que ni pizca, nada de risa, me ha proporcionado atisbar que éste es el panorama de una de las generaciones mejor preparadas de la historia de este país.
Y eso que apenas se ha desbrozado la cesta de la compra y la vestimenta que ha de tapar las naturales desnudeces. Que ya se sabe que el que se alimenta mal termina peor, y no es cuestión de pasearse en plan selvático con cuatro trapos, en particular cuando se presenta el frío.
Visto lo visto, me pregunto qué esperanzas abrigan, quién se las va a ofrecer, qué ha pasado con lo que se les había hecho concebir, cómo se han desvanecido, dónde se han truncado, a quién recurrir para depositar lo que les queda de confianza. ¡Qué abandono! ¡Qué pena!
Las preguntas no terminan de arremolinarse en mi más que limitada cabeza y, más bien, unas llevan a otras, como en un círculo que se construye a sí mismo: ¿Alguien se declara culpable? ¿Hay responsables? ¿A quién se le echa el muerto? ¿A Fuenteovejuna? ¿Al dueño del balón?
Ministros tiene el Gobierno, consejeros la Banca y ejecutivos las empresas, amén de quienes nunca salen en periódicos ni telediarios, que podrían contestarlas, lo que no obsta para que los ciudadanos de a pie nos planteemos si podemos andar por la calle con la cabeza alta, si se nos cae o no la cara de vergüenza de dejarles lo que les dejamos.
De pequeño, me enseñaron que las cosas no pasaban porque sí, que siempre había una causa, un culpable. A lo que parece, en este país, no. Aquí, la culpa tiene autopista hacia los demás, como en la escuela: ¡Yo no he sido! Mientras haya pequeños a quienes acusar, no hay problema.
Al fin y al cabo, tampoco es para sorprenderse tanto. Más se perdió en Cuba y tampoco hubo responsables: cada uno cumplió con su misión. Por estas tierras, no tendremos medios, pero lo que no falta es capacidad de inventiva. Aquí se demuestra a las claras que hemos inventado el asesinato sin asesino. Con dos cojones.
Lejos ha quedado aquello de que inventen ellos. Ahora, a nuestros jóvenes les damos la educación, los formamos y los exportamos por esos mundos para que trabajen en condiciones, para que inventen por ellos, para que sean como ellos, como los que los reciben.
Ni que decir tiene que no escondo ninguna llave que abra la puerta que conduce a las razones de semejante situación, pero, sea como sea, nuestros hijos y toda su generación no son culpables de esta maldita crisis y merecen vivir en un país mejor que el que tuvimos sus padres.

Juan Manuel Campo Vidondo
16, septiembre, 2014

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