Los de a pie no entendemos muchos
aspectos de esta vida por mucho que nos los expliquen, por lo menos yo.
Leía el periódico del día cuando me
vino a la cabeza, de sopetón y sin avisar, la cara del juez Elpidio con sus
gafas de Mortadelo, el que intentaba juzgar a Blesa (el de las preferentes, el
de las tarjetas de colores, el de…) y sus colegas lo inhabilitaron a no ejercer
durante una porrada de años. Sentenciaron que había prevaricado, o sea, que
había tomado una resolución a sabiendas de su injusticia, porque se adelantó y
metió a D. Miguel en la cárcel, por prevención, por si acaso. Es lo que
hubiéramos hecho los de a pie, pero, a lo que se ve, no estaba bien.
Más de uno que toma café en el mismo
bar que yo me preguntó si no sería porque molestaba, porque se metía donde no
debía, porque no guardaba las formas tradicionales entre los miembros de la
judicatura. Como no lo sabía, les contesté que no estaba seguro, pero que
igual.
Alguno me llegó a comentar que le
habían contado de buena fuente que estaba de atar, que no tenía más que
acordarme cuando aquel magistrado le insistía en que no podía hablar y él se
empeñaba en que sí, y hablaba para demostrarlo, y que lo que pasaba era que no
le dejaba porque el otro era el juez y él el acusado. Por lo que parece, esas
alteraciones psíquicas no son tan anormales entre los jueces, que, al fin y al
cabo, se pegan toda una vida decidiendo sobre la vida de los otros, y eso debe
ser muy duro, desgasta lo suyo.
Puede que sea así y que las
leyes sean justas, pero lo cierto es que el de la Caja aún está libre a mitades
de noviembre y el juez no tiene carrera a la que dedicarse. Puede que, al
final, el de las tarjetas dé con sus
huesos en prisión. O no. Sin embargo, mi cabeza de a pie sigue sin entender qué
ha pasado en todo ese asunto, es decir, en qué falló Elpidio. ¿Investigó más de
la cuenta? ¿Hubo quién cogió miedo y tiró de amigos? ¿Se pasó de competencias?
¿Quiso iniciar una carrera cinematográfica? ¿Se la tenían jurada y
aprovecharon?...
Pocos se acuerdan de Elpidio, de su
mirada inteligente e inquisidora. Ha perdido. Está solo. Nadie le ha ayudado.
¿Dónde para? ¿No será que los de a pie llano y los de tacón alto nos alegramos
cuando se patea o putea a un juez?
Juan Manuel Campo
Vidondo
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