viernes, 26 de junio de 2015

Crónica de una avería

        El 24 de abril, compruebo por casualidad que la caldera del gas no funciona. En una pantallita aparece intermitentemente E1/33. Dado que es viernes por la tarde, decido no incordiar al servicio de mantenimiento (del que pago con puntualidad el concepto) y no llamó al Servicio de Asistencia Técnica. Hace buen tiempo y el fin de semana es para lo que es y vale para lo que vale.
        El lunes 27 de abril, a media mañana, me pongo en contacto por teléfono para comunicar la avería. Mi interlocutor me asegura que toma nota. A las dos de la tarde, me avisan que dentro de un rato se presentarán en casa. No me importa la interrupción de la siesta y alabo para mí la rapidez de la respuesta. Aparece un operario a las tres de la tarde y permanece en casa hasta las cinco, con la mala suerte de que no detecta la avería: que si la bomba de recirculación, que si los electrodos, que si el ventilador que mezcla el aire y el gas, que si es la primera vez que ve una avería así, que si la chispa de encendido no se mantiene… Al final, se decide por los electrodos o como se llamen, que uno es de letras y no entiende de tecnologías. Se los lleva y me comunica que los pedirá y volverá para cambiarlos. Rellena un parte de trabajo, que firmo, y me quedo una copia.
        El lunes siguiente, 4 de mayo, tras una llamada en la que se me hace saber si acepto un presupuesto que ronda los cien euros, respondo que claro, que qué remedio, vuelve a presentarse el mismo operario de la semana anterior, el cual trae los electrodos o como se llamen. Atento, amable, servicial, hasta simpático, pero resulta que no son los electrodos o como se llamen, de modo que la caldera sigue sin funcionar. Se lleva las piezas, rellena el parte de trabajo y lo firmo, pero, por descuido de ambos, se lleva consigo el original y la copia. Me aconseja que llame al instalador de la caldera o al servicio técnico de la misma.
        El martes 5 de mayo he de salir de viaje y regreso el domingo 10. Al día siguiente, lunes 11, llamó al instalador, que me atiende amablemente y promete pasarse cuanto antes. Así lo hace el martes 12. Comprueba la caldera y llama al servicio técnico de la misma. En unos diez minutos, se presenta un operario, mira y remira la caldera, sonríe y quince minutos más tarde arregla la caldera, a la que ha cambiado el transformador o como se llame. Rellena un parte de trabajo, me da una copia, pago ochenta y cinco euros en metálico, le doy la mano y se marcha. La caldera vuelve a funcionar y yo me siento contento.
        Me sorprendo a mí mismo pensando que  lo bueno de la gente que sabe es eso, que sabe, y por eso arreglan lo que se avería. Ahora me tengo que buscar a alguien que sepa cómo se reclama, porque he estado unos cuantos días sin beneficiarme del servicio que pago. Menos mal que no era invierno. Espero que no les dé por pasarme la cuenta de lo que no arreglaron, aunque en estos tiempos que corren no puede uno estar seguro de casi nada. Malo será que tenga que recurrir a alguna asociación de consumidores y usuarios. Lo del Defensor del Pueblo ya sería demasiado, ¿no?    

                          Juan Manuel Campo Vidondo 


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