-¿Te vas a quitar de ahí? ¿Es que no ves que molestas?
- ¡Miau! ¡Miau!
- Deja de seguirme a todas partes
como si fueras mi sombra. ¿No tienes iniciativa, o qué?
- ¡Miiaauu!
- Ni se te ocurra saltarme encima,
que no tengo el cuerpo para bobadas ni tonterías.
- ¡Miau! ¡Miau! ¡Miau!
- ¿No tienes nada mejor que hacer
que mirarme como si estuvieras tonto? La verdad es que parece que vienes del
psiquiatra.
- ¡Miau! ¡Miau! ¡Miau! ¡Miau!
- Yo, chico, es que ya no sé cómo
decírtelo, que pareces sordo o tonto, o los dos. Que no te enteras que tengo
mucho trabajo y no estoy para fiestecitas. ¿Te enteras o no te enteras? ¿Es que
no entiendes castellano?
- ¡Mmmmmiiiiaaaauuuu!
- Como sigas en este plan, te llevo
a la tienda y te descambio por otro menos pesado, o sea que tú verás. Si me
cabreas de verdad verás cómo las gasto, que aún no me conoces bien.
Lo mismo da decirle una cosa que otra.
El gato, Fox, hace lo que quiere, lo
que le da la gana, cuando, donde y como le apetece, a su aire, como si el mundo
le perteneciera. Le importa un bledo que le riñas como que no. Él pone cara
como que lo siente, pero es mentira, no deja de ser un truco, una forma de
engañar, como si perteneciera a un elenco teatral. En cuanto le parece que ha
cumplido, vuelve a las andadas, sin pizca de arrepentimiento, y deambula por
toda la casa como si fuera su selva particular, su dominio feudal. Si le
apetece subirse a una silla, se sube; si se encapricha con una mesa, a por
ella; que tira un florero, mala suerte, daños colaterales; si tiene sed, bebe,
y, si le entra hambre, come su comida, que me cuesta una pasta gansa.
Menos mal que no da gastos de vestido,
pero, por lo demás, es un censo: vacunas, cortes de pelo, revisiones
veterinarias, pastillas contra los parásitos, gotas para los estornudos…, lo
dicho, un censo. Un día de estos hago un hecho, pero cuando lo pienso me pone
cara de cariño, como si lo adivinara, y yo me derrumbo.
Debe pertenecer a una rama poco
conocida de felinos, porque de independiente y solitario tiene más bien poco.
Al revés, se comporta como un animal gregario que busca y disfruta con la
compañía. Ahora mismo me está mirando fijo, con ojos eléctricos, como
diciéndome: ¿Qué pasa, tío? ¿Qué hacemos?
¿Cómo tienes el body?
Todavía no he probado a ponerle un
collar y llevarlo a pasear con una correa como si fuera un perro, pero un día
de éstos le voy a dar una vuelta por el río, a ver qué pasa, por probar. Igual
con los pájaros del parque y los patos del río se entretiene, aunque me da prevención
cómo reaccionará con los perros que nos encontremos, y los perros con él,
claro.
Además, está viejecito, en edad de
jubilación gatuna, y es más que probable que se canse y me monte algún
numerito. Ahora mismo se ha echado a dormir encima de una silla. Veremos cuanto
rato aguanta sin darme la murga. Que descanse, que ya tiene sus añitos. Me temo
que cuando se vaya lo echaré de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario