Pegaba un inaguantable calor de verano, de modo
que, en cuanto terminé de hacer cuatro recados, me metí en el bar a tomar una
recuperadora cerveza.
En la barra, se desparramaban los
periódicos habituales, o sea, dos regionales y dos deportivos. El resto de la
prensa nacional no tenía cabida. Bastantes problemas había ya en la Comunidad
Foral como para añadir fuego al calor reinante.
Con absoluta desgana, más que otra cosa
por no hablar con nadie, cogí uno de los deportivos. En la parte inferior
derecha de la portada, debajo de un enorme titular con la foto de una vedette
futbolística, un anuncio se interesaba por los problemas de erección de los
lectores, destacando la eyaculación precoz.
Ofrecía tratamientos de última tecnología
y prometía un cien por cien de confidencialidad. Un número de teléfono
reclamaba una llamada urgente, apoyándose en que el sexo era vida. La academia
en cuestión, de sugestivo nombre inglés, se calificaba a sí misma como líder
mundial en salud sexual masculina.
El anuncio se completaba con una
atractiva señora o señorita, que se cubría con recato y mirada picarona sus
desnudos pechos.
Después de ojearlo con la atención
requerida, cogí el periódico y lo enseñé al vecino de barra. Éste lo miró,
sonrió, levantó la vista, volvió a sonreír y me preguntó si eso era lo que me
pasaba a mí. Al interesarse por la frecuencia, apuré la cerveza y, sin
transición, lo enseñé al parroquiano de al lado, el cual me dijo, sin apenas
mirarlo, que si estaba ante un problema de tocarle los cojones o de qué. Me
resumió el asunto con que él tenía problemas de todo menos de eso.
En vista que el cariz de la improvisada
encuesta se volvía preocupante, decidí no continuar, no fuera a ser que saliera
trasquilado. No sería la primera vez.
Otro día de menos calor lo intentaré
con un artículo que acabo de leer sobre el hermafroditismo de los caracoles.
¡Malo será!
Juan Manuel Campo Vidondo
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