jueves, 10 de septiembre de 2015

¿Le hago caso al médico?

        El médico me dijo que hiciera lo que me diera la gana, que ya era mayorcito. En su opinión, debería cuidarme porque el rey de bastos planeaba en silencio, esperando su oportunidad como otras veces.
        Pensé que igual tenía razón, que no siempre iba a contar con la suerte, que, quizás, convenía hacerle caso. Me vino a la cabeza aquello de Hemingway de que un hombre debe saber cuando se acerca el momento de dejar el tabaco, el alcohol, la vida, o los tres, por orden o juntos.
        En el fondo, no podía quejarme. El tiempo me había tratado con cortesía. Había sido mucho más clemente en su devastación conmigo que con la mayoría de quienes conocía, en especial de las mujeres, que, además, se lamentaban de su falta de misericordia. Un amigo me había comentado al respecto que no le daban ninguna pena, que aguantasen como él, que siempre había sido feo y mal considerado por ellas, que ninguna valía más de un billete o una noche en vela. En mi caso, he de reconocer que no me preocupaban más allá de lo razonable. Lo que me ocupaba era seguir vivo el mayor tiempo posible y, claro, en las mejores condiciones.
        Aunque sentía nostalgia de mi juventud, había descubierto que el otoño tranquilizaba, que aún mantenía dudas sobre muchas de las cosas que me rodeaban, y eso me hacía sentirme joven. Odiaba la certeza y la comparaba con un virus maligno que contagiaba de escepticismo y desesperanza. Estaba harto de las alusiones a la experiencia como madre de la ciencia y me parecían meras tapaderas de la ignorancia.
        De algún sitio de mi memoria saqué que el boletín de enganche de la Legión Extranjera se dirigía a los que la existencia había decepcionado, a los que vivían sin horizontes, y les prometía honor y provecho a cambio de convertirse en novios de la muerte.
        Aquello me convenció de lo contrario y cerré el círculo de mi confianza en la ciencia prometiéndome que haría caso al médico. Procuraría vivir en las mejores condiciones todo cuanto me diera mi carga genética, aunque sólo fuera para tocar los cojones a algún mal nacido de los que se especializaban en tocarlos a los demás y vivir a sus costas. Tajo no iba a faltar. Que esperase Hemingway.

                                   

                                Juan Manuel Campo Vidondo







No hay comentarios:

Publicar un comentario