domingo, 9 de agosto de 2015

El problema es el problema

        Paseaba sin rumbo fijo por las calles del pueblo haciendo caso a las recomendaciones de la médico, cuando vi una barquilla con cerezas de buen color y mejor precio.
        Decidí comprar un puñado y me encaminé a la puerta de la tienda, pero una correa unía a un perro enano, feo y gruñón (en la calle) con su supuesta dueña (en la tienda), vestida con impecable bata a lunares multicolores. Pegada al mostrador, pagaba los artículos que había comprado; sin embargo, alguna discrepancia con el encargado alargaba la operación de caja, de modo que la estirada correa obstaculizaba la entrada y salida de los clientes, habida cuenta que el perrucho no se movía y ladraba de muy mal genio. Como no tenía prisa, esperé en la acera.
        Un cliente, jubilado tiempo ha, quería salir, pero la dichosa correíta se le atravesaba en diagonal a media altura de sus piernas. Pasó una por encima, momento en el que el chucho cambió de lugar, y la correa con él, impidiendo que la pierna retrasada siguiera a la primera.
        Con una bolsa de plástico en cada mano, se quedó a horcajadas, con la correa entre las piernas a modo de caballito, sin saber hacia dónde moverse, un remo en la tienda y el otro en la calle, las cintas de la cortina por la cara y el perro ladrando cada vez más fuerte, hasta que la señora dio por terminada su operación de pago.
        Tirando de su carrito con una mano y con la otra maniobrando la correa, miró al jubilado como increpándole si iba a dejar de jugar a los caballitos, que ya no tenía años, y se dirigió al cuadrúpedo tal que si fuera su nieto:
-      ¡Hala! ¡Vamos a ver si llegamos a casa! ¡Si este señor soluciona el problema y deja de molestar, claro!
        Ante la interpelación, el pensionista, en un alarde de equitación, consiguió desmontar, miró alternativamente al perro y a la señora de la bata, y, mirando al cielo en gesto de súplica y resignación, acertó a decir:
-      ¡El problema es el problema!
        Una vez pronunciada la sentencia, se dirigió al bar de al lado, se metió en él y desapareció de mi vista.
        La clientela de la tienda interpretó la frase como dios dio a entender a cada uno. Como siempre. Como correspondía.



                            Juan Manuel Campo Vidondo






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