Pedro se ha muerto. La muerte se lo ha
llevado. Pérez-Reverte, en La
tabla de Flandes, se dirige a la muerte como Silenciosa amiga y Última compañera. No sé de dónde saca estos
apelativos, pero, sin dudar, son mentira. La muerte no se merece tales
denominaciones.
Los que aún vivimos estamos en nuestro
derecho de cuestionar tanto los sustantivos de amiga y compañera como los adjetivos de silenciosa y última. Por mi parte, resuelvo que tan solo última es verdadera y que las demás son
un mero artificio, un juego con palabras.
La muerte no es ni amiga, ni compañera
ni silenciosa. Al contrario, es traicionera, desleal e inoportuna. Causa
desgarro si se la ve venir. Irrumpe en nuestras vidas siempre a destiempo.
Nadie la llama, aparece por su cuenta, sin ningún riesgo. Nunca trae regalos ni
esperanza, sino dolor y miedo. Se lleva todo lo que pilla a su paso como si
fuera un derecho de conquista. No respeta lo más querido, lo único
verdaderamente nuestro, la vida.
La muerte no nos trajo al mundo, pero
nos arranca de él, queramos o no. Nunca pregunta. No acepta pactos ni
prórrogas. Exige la rendición incondicional. ¿De dónde se saca tal derecho?
Si pudiera, me gustaría decirle
que no es de este mundo, que nadie le ha
otorgado ningún título para considerar la vida como si le perteneciera, así que
lo que procede es que nos deje en paz. Que se meta con los suyos. Que viva y deje vivir. ¿No puede vivir sin
matar? Si al menos se llevara solo a quienes no tienen fuerzas, a los que no
quieren seguir viviendo, a quienes han abandonado proyectos e ilusiones, aún la
miraría con buenos ojos. Pero no se conforma con eso y arrampla con todo, sin
distinguir, sin justicia.
Juega con ventaja, con todos los
triunfos en la mano, y disfruta sabiendo que no puede perder. No se apiada de
las miradas angustiosas que le piden una partida de igual a igual. Desprecia la
vida, humilla a los jugadores. ¿Qué poder malvado la ha creado? ¿Para qué nos
arrastra sin ofrecernos nada a cambio?
Ni entiendo su existencia ni, aún
menos, su sentido. ¿Cómo puede surgir de la muerte vida? ¿Cómo de la nada puede
salir algo? ¿Quién puede hacer algo de la nada?
Sólo una tumba debería haber en los
cementerios: la suya. Y su epitafio sería: Bien
muerta estás, Muerte.
Pedro, lo único que me consuela es decirte que
hasta que yo muera, hasta que desaparezca el último de los que te hemos
conocido y querido, no habrás muerto. Seguirás viviendo en nuestros recuerdos.
Mariví ya se encargará de contarte cómo
ha quedado el soto de Santa Eulalia y si las orquestas siguen tocando en la
plaza Los sitios de Zaragoza.
Buena suerte, compañero.
Juan Manuel Campo
Vidondo
Unión Peraltesa de
Izquierdas
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