martes, 19 de agosto de 2014

La factura de la luz

        La verdad es que me siento más libre. Ahora, pago lo que consumo, a su precio, cómo y cuándo me da la gana. Interruptores a mi voluntad: lavadora, televisor, cocina, radio, ordenador, lámparas... Lo que quiero, como quiero y cuando quiero.

        Rajoy, Soria, Cospedal, Montoro y Aguirre velan por mí, por mi bienestar, y han llegado a un acuerdo con las compañías eléctricas para que me llegue a casa una factura de la luz que se lea sin necesidad de doctorado. Mi vecina, que es como es, dice que le parece aún más complicada, que no la entiende, ni ésta ni la de antes, que lo único que importa es no tocar mucho los interruptores y tener la cuenta del banco al día. Lo demás son engaños.

        No es por llevarle la contraria, pero yo sí me creo ese anuncio de la tele que dice Ahora controlas tu energía. Por lo menos lo intento, y pongo atención e interés, aunque no termino de saber si es mejor darle a la luz a las cinco de la tarde o de la mañana. No me entra del todo. Me faltan datos o talento o las dos.

        Para salir de dudas he llegado a preguntar hasta a ingenieros, pero me han mirado con cara rara, como de dónde había salido yo. Yo les interrogaba para que me aclarasen si tanto costaba poner en la factura que tanto consumido a tanto el kilo de consumo sumaba tanto. Ellos me han hablado de los impuestos, los peajes, las inversiones que no han hecho pero que piensan hacer, las subastas, las energías alternativas y más cosas, y me hago un lío tal que se me van a saltar los cables, o fundir los fusibles, o saltar los plomos, o como se diga ahora.

        Las llamadas de las compañías para que me cambie a la suya me dicen que me sale más barata, pero en cuanto les digo que se pasen por casa para explicármelo, me saltan con que eso no se puede hacer, porque da mucho trabajo y cuesta mucho dinero. Así que, por este camino, tampoco. Con lo de las horas valle de antes me aclaraba mejor, no mucho, pero algo más, sí.

        Un día saqué la conversación en el bar y no pueden hacerse una idea de la que se montó, no por lo que sabían o dejaban de saber los clientes, sino por el montón de tacos e improperios que oí, y eso que eran las ocho de la mañana. Uno dijo no sé qué de oligopolios, otro se metió con unos cuantos ministros y ministras, el de más allá soltó una barbaridad contra Soria, que me extrañó porque desconocía que en esa provincia se produjera electricidad. Uno de Falces arremetió sin consuelo a cuenta de una placa solar que se había comprado en su pueblo; otro, más versado, saltó con que eso no era nada comparado con lo que iba a pasar con el gas y, para no aburrir, un habitual que se acababa de tomar su café con leche y magdalena dijo que si lo de los peajes no era para las autopistas.

        Como seguía sin aclararme, estuve a punto de llamar a eso que llaman ventanilla única por si me aportaba luz. También pensé en la organización de defensa de los consumidores que se pasa por el Ayuntamiento, pero lo desestimé a instancias de un compañero de barra.

        Concluí, como tantas veces, que nos daban libertad y, luego, no sabíamos qué hacer con ella. Que este país, para guerrilleros no tenía precio, pero para organizar regimientos era otra cosa. El sustrato anarquista ibérico ahí estaba. No teníamos remedio. Había países que habían salido bien y otros, mal, y éste era de los de mal.

        Mi convicción inicial de creencia en la bondad del sistema, en la preocupación de los gobernantes por nuestro bien, se me iba tambaleando a cada paso, y me encontraba casi a la par que mi vecina. Decidí que, si me tocaba por casualidad, no iba a permitir la entrada en mi casa a ninguno de esos ministros, no fuera a ser que empezaran a toquitear interruptores a mala hora y a ciegas, que quien pagaba era yo. A la única que igual dejaba entrar era a la Cospedal, por aquello del pago en diferido, que siempre puede venir bien.

        Conforme pasaron los días, me fui cansando de que se preocuparan tanto por los pobres usuarios, de que nos ayudaran tanto y tanto, porque me parecía que, entre otras cosas, era como quitarnos un poco de libertad, y, a mí, lo que me gusta de verdad es participar; me siento como más ciudadano.

        Para no dar más la lata, termino recordando que, hace ya años, leí  un libro de historia en el que se decía que hubo un régimen que alardeaba como lema Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, y que se llamaba despotismo no sé qué, vamos, nada que ver con nuestra democracia.

        Salud y luz.

        

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