martes, 19 de agosto de 2014

La zona básica de salud de Peralta

        Digan lo que digan los políticos, los que vivimos en pueblos estamos discriminados porque somos menos y separados unos de otros

        Los médicos de urgencias rurales no se cansan de airear que vamos para atrás, que no cuentan con los medios adecuados, que las reformas se hacen sobre el papel. Y esto no es porque ellos se pongan malos, sino porque les da mucha rabia que sus pacientes, o sea, nosotros, tengan más probabilidades de morirse antes de tiempo que los de Pío XII, San Juan o Iturrama, que están más cerca de los hospitales. Las médicas hacen lo que pueden y como pueden, con la misma profesionalidad que los que trabajan en Pamplona, Estella, Tudela o Tafalla, pero no pueden competir contra las leyes físicas.

        La zona básica de Peralta (con Marcilla, Falces y Funes) cae en medio de todo, en la misma tierra de nadie, y así no hay manera. Llegar hasta donde pueden tratar a uno con más garantías es cuestión de velocidad y tiempo, porque el espacio no varía, de modo que tanto da que sea velocidad igual a espacio partido por tiempo, que tiempo igual a espacio partido por velocidad. Pocos minutos arriba o abajo.

        Con más dotación de medios técnicos, la cuestión del espacio va reduciendo su importancia, así que sólo queda comprar los aparatos e instalarlos, pero ahí empieza otro problema. También el dinero es un bien escaso, de lo que resulta que no se puede gastar en todo lo que se quiere y es necesario priorizar. Esto, claro, nos lleva al planteamiento de qué es más preferente, y, llegados aquí, nos caemos con todo el equipo, porque sumamos menos en la zona básica que en alguna calle de Pamplona y los ciudadanos valemos lo mismo, aunque no todos piensen igual.

        Es verdad que, cuando se prevén riesgos suplementarios, se aumentan las dotaciones médicas y técnicas, como pasa en los encierros y festejos taurinos, pero esto dura cuatro días, los de fiestas. Si los ayuntamientos piden que se mantengan el resto del año, siempre se contesta que no hay dinero para todo, que no llega, que aguantarse.

        Mientras tanto, lo que sí llega es el tren de alta velocidad que, claro, no para en Marcilla. Para eso sí que hay dinero, por lo menos para expropiar tierras y compensar invernaderos rotos. Las vías y el tren, cuando toquen. Algunos vecinos se preguntan quiénes y cuándo se montan en esos trenes, como dejando caer que no están de acuerdo, pero pronto los convencen diciéndoles que no se dan cuenta que es por su bien, porque así se hacen antes los negocios, y eso es bueno para todos.

        Por lo que oigo en la calle y otros sitios, la gente de por aquí opina que lo de la salud no se arreglará hasta que a alguno de los que mandan les dé un soponcio en fin de semana al encontrarse con las vacas que se han escapado del Pilón, o hayan venido de medio veraneo a comer a cuenta de nuestro dinero y, encima, pescando votos a remanga. Que quede claro que yo no pienso así ni le deseo mal a nadie. Me limito a ver lo que veo y escucho.

        Por cierto, que el otro día oí de casualidad que si esos animales políticos tuvieran algún percance, ¡Dios no quiera!, aunque fuera pequeñito, como una rotura limpia, les gustaría saber a dónde los llevan y cuánto esperan en Urgencias. Les dije que no fueran tan mal pensados y ellos me contestaron que se admitían apuestas.

        ¡Salud!


        

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